Opinión | Tribuna

De una Navidad sin sentido al sentido de la Navidad

De una Navidad sin sentido al sentido de la Navidad.

De una Navidad sin sentido al sentido de la Navidad. / Shutterstock

Desde hace muchos años, gracias a la generosidad de los sucesivos directores de INFORMACIÓN, cuando llega la Navidad escribo un artículo en estas páginas para, procurando evitar los tópicos, intentar reflexionar sobre lo que esta sublime festividad significa, sobre lo que la Navidad es o debería ser para quienes la celebramos de corazón, ya que si cumpliésemos el mensaje redentor de Jesús, nacido en Belén, el mundo sería distinto, liberado de tantas atrocidades como lo afligen.

De todos modos, confieso que hablar del mensaje de esperanza de la Navidad en este año 2024 es verdaderamente difícil, al repasar no solo los grandes desastres causados por la guerra –Ucrania, Gaza, Líbano, Sudán, Somalia y un terrible etcétera– sino también por tanta y tanta violencia criminal que nos atenaza a nivel doméstico, cotidiano. Porque la inoperancia política y administrativa muchas devastaciones y dolor han provocado en la Comunidad valenciana recientemente.

Pero, ¿podemos los cristianos darnos ya por vencidos? ¿Podemos olvidar la obra redentora de Jesús, iniciada en el establo de Belén y culminada en la cruz del Gólgota? ¿Acaso nuestro egoísmo, nuestra falta de fraternidad no tienen nada que ver con la marcha desbocada de este mundo, con haber convertido la Navidad en la festividad más desquiciadamente consumista, cuando tanta hambre y pobreza hay en el mundo? Por eso, como creyente he de aceptar la condena por mi responsabilidad, por mi falta de contribución a la armonía universal, que no depende solo de grandes decisiones y hechos, pues también influyen en ella nuestro esfuerzo por cumplir con las pequeñas obligaciones habituales, por ser instrumento de concordia a nivel de familia, de amigos, de vecinos… Y por eso, como belenista, me empeño junto a otros muchos compañeros en mostrar ante todos y especialmente ante los niños –pues de ellos es el futuro– la libertad y la gracia que Dios nos tiene reservadas si somos sencillos, respetuosos, humildes, fieles a su voluntad salvífica.

Así, los belenistas representamos candorosamente las emotivas escenas del Nacimiento de Jesús en la cueva de Belén, del anuncio del ángel a los pastores, del viaje ilusionado de los magos de Oriente… Y ese candor, esa sencillez, esa ilusión son absolutamente lo que dan sentido a la Navidad y a que la celebremos con el corazón rebosante de alegría y de esperanza. La esperanza de saber que Dios se ha hecho hombre para estar junto a nosotros, siempre que nosotros queramos ser fieles a su doctrina de amor, de paz y de vida. Esa es la auténtica dimensión navideña, que la convierte en una fiesta de inefable gozo, en una fiesta tan dichosa, tan dichosa, que sin ella el mundo no tendría sentido para los cristianos, porque en la Navidad festejamos el nacimiento de quien vino a traernos la salvación. Cualquier otra interpretación es una farsa grotesca y desagradable, una burda caricatura que convierte la Navidad en un despropósito, en una ofensa para los más menesterosos y desvalidos, para los más inocentes que, precisamente, son quienes deberían encontrar en nuestra actitud y comportamiento vital el ejemplo a que nos compromete la fe que profesamos, la que nos alienta a perdonar las ofensas, a luchar por la justicia, a desvelarnos por la paz, a procurar que la sinceridad y la honradez imperen como necesidad imprescindible.

¡Ojalá que, impulsados por lo que la auténtica Navidad es, escuchemos aquel mensaje «¡Gloria a Dios, paz en la Tierra!» y nos esforcemos hasta el límite porque así sea!

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