Opinión | El indignado burgués
25, y sereno
Los años corren que se las pelan, como liebres enloquecidas perseguidas por galgos en cualquier páramo de la meseta. Ayer dábamos la bienvenida al 24 y hoy lo despedimos sin demasiados honores, porque la verdad es que no se ha portado nada bien, aunque algunos le hayan ido estrangulando. Echar la culpa a los años es como hacerlo con el empedrado si nos caemos, pero tenemos la manía de personalizar en las cifras lo que responde al comportamiento humano, y eso viene siendo así desde el nacimiento de los calendarios, en los tiempos en que un neandertal sufrió un accidente de cromañones y decidió ponerle fecha para no olvidar ni perdonar.
El 24 no ha sido bueno con Alicante, éste ya es un mantra que arrastramos desde finales del siglo pasado. Sería fantástico que en algún momento un relámpago alumbrase un gran acontecimiento alicantino, pero lo cierto es que nos arrastramos sin pena ni gloria por los años. En otras partes del universo mundo se olvidan del mejorable presente añorando un brillante pasado o soñando un esplendoroso futuro, aquí ni eso. La historia en nuestra provincia apenas llega a la vuelta de la esquina. Somos pertinaces en olvidar incluso lo que fue memorable y nos conformamos rápidamente. No es de extrañar que otros, con mayor visión, nos arranquen las pegatinas en la carrera del futuro. Aquí los estrategas no tienen trabajo desde hace décadas y han sido sustituidos por gestores de cambiar adoquines o farolas, la visión miope del día a día que impide atisbar qué queremos ser de mayores.
Como mesetario de nacimiento, y alicantino por decisión propia, tengo el ojo atento para ver y las manos libres para juzgar lo que esta terreta nos da. Hace muchísimos años que creo que el retrato mas certero del alma alicantina lo escribió un príncipe, Giuseppe Tomasi Di Lampedusa, refiriéndose a Sicilia pero sin duda mirando al Benacantil. Sustituyan Sicilia por Alicante y lo tienen: «El sueño es lo que más anhelan los sicilianos, y siempre odiarán al que pretenda despertarlos, aunque sea para traerles los mejores regalos (…) Sicilia prefirió seguir durmiendo, ¿por qué hubiese tenido que escucharlos, si es rica, sabia, honesta, si todos la admiran y la envidian, si, para decirlo en una palabra, es perfecta?».
Lo tenemos todo para ser dioses pero falla como colectivo la voluntad de serlo o, para ser más precisos, hay aquí y allá individuos que marcan una impronta, pero la sociedad no sigue esa bandera. Alicante, Alcoy, fue pionera de la Revolución Industrial. Fuimos, o somos, referente en muchos sectores empresariales incluida la industria del turismo, cuya gran fábrica es Benidorm, o la agroalimentaria. Tenemos sol, playas, montañas, gastronomía, tradiciones, clima, para dar y tomar. Hemos sido demasiado bendecidos por la naturaleza y, claro, la Madre se cansa y cada cierto tiempo nos deja mazones que nos recuerden que siempre acechan nubarrones en el paraíso.
Tenemos demasiado y, a pesar de ello, hay un victimismo que nos deprime a menudo. Merecemos más de lo que nos dan, claro, ¿quién no?, pero otros han sido capaces de reclamar con fuerza, unidos, y a nosotros nos pierden las miradas de soslayo, el caló el chapeo, fuése y no hubo nada. Los bravucones de barra de bar, los cuñaos de cena navideña que resuelven los problemas de la humanidad en dos patás. Los que dicen dedicar el cien por cien de su tiempo y trabajo a solucionar los problemas de los valencianos, sin ocuparse un minuto en pensar en su futuro (jejé). Los que okupan instituciones para medrar en ellas o llevárselo crudo, sin importarles un pimiento los que dicen representar. Los políticos que lo son de la misma manera que podían haber sido sexadores de pollos. Los periodistas complacientes con quieres mandan, no se vayan a enfadar. Los empresarios que, teniendo mucho que aportar, se quedan tras el escritorio de su negocio, esperando que alguien barra el entorno y pase el mocho por el territorio. Quienes votan en piloto automático sin evaluar a los que dan mando en plaza y que les van a amargar la vida y esquilmar su hacienda.
Miguel Hernández escribía del hambre, y de eso debía saber, del que despedaza un pan reñido. En Alicante, hace cuatro o cinco décadas que nacen al unísono un grupo de grandísimos empresarios, con negocios surgidos del hambre, en algunos casos metafórica y en otras real. Con una maletita, cero hábitos sociales, cero idiomas y cien de entusiasmo se lanzaron al mundo. Algunos todavía siguen por aquí dirigiendo imperios, otros ya nos dejaron o son otras generaciones las que los sustituyeron, con mucha más formación y menos hambre. Esos empresarios querían vivir bien, hacer dinero y negocios, pero también aportaban su tiempo y esfuerzo a Alicante y pegaban puñetazos encima de la mesa cada rato. Y temblaba el Misterio. Cada vez les echo más de menos.
No hay que ser muy listo para saber que los cambios profundos en un territorio no los produce una decisión política, sino una inversión económica. No hay buenos políticos, esa frase es un oxímoron, hay una sociedad que los arrastra a buenas acciones. Y, soy pesimista, hay ahora demasiada condescendencia con los que mandan. Si no se sienten presionados seguirán mirándose los ombligos y regalándose comiditas y/o novias, a cuenta del contribuyente.
De todos modos, nada sirve si no despertamos de la siesta. Le dijo Don Fabrizio al emisario Chevally: «Los hombres de Garibaldi vinieron aquí para enseñarnos buenos modales, pero no lo conseguirán, porque somos dioses».
Nessun dorma/ Tu pure, o Principessa/ Nella tua fredda stanza. No se duerman. Feliz año.
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