Opinión | La Riá

Madrid, Madrid, Madrid...

Pedro Terol en "Luisa Fernanda" (28 noviembre 1962)

Pedro Terol en "Luisa Fernanda" (28 noviembre 1962) / A.M.O. Legado Joaquín Ezcurra Alonso

Creo que a todas las personas en el transcurso de los años les viene a suceder lo mismo, o algo parecido como lo que me ocurre a mí. Así, al venirme a la memoria alguna situación que hemos vivido se nos agolpan otros recuerdos, generalmente felices, entre ellos motivados por la música. En este caso revivo algunas piezas musicales de las que era frecuente escucharlas en aquellos legendarios aparatos de radio que eran referidos con cierto número de lámparas y algunos como los más lujosos con «ojo mágico».

De esas obras musicales era frecuente que, en la sección de discos dedicados, estuvieran presentes las del compositor, cantante y actor mexicano Agustín Lara, como el bolero Solamente una vez, que la compuso en Buenos Aires a petición de su amigo, el también cantante y actor José Mojica, cuando decidió dejar su profesión y recluirse en un convento franciscano. A este actor que había triunfado en Hollywood, y dentro de esos recuerdos que se funden en el crisol de la memoria, con seis o siete años, el 1 de mayo de 1953, tuve la suerte de escucharlo en un concierto vistiendo el hábito de los Hijos del Santo de Asís en el Teatro Circo en su visita a Orihuela, con ocasión del aniversario de la restauración de la Provincia Seráfica de Cartagena de los franciscanos. Pero, a la música de Agustín Lara junto con su María bonita, habría que añadirle entre otras dedicadas a poblaciones de España como Toledo, Sevilla, Murcia, Valencia, Granada y Madrid, que las concibió sin haber viajado ni conocer a la Madre Patria. Y, junto a éstas el chotis Madrid, en el que a modo de estribillo se reiteraba el topónimo de la Villa y Corte, al que en alguna estrofa añadía «en México se piensa mucho en ti». Tal vez, que así sería en el corazón de aquellos exiliados calificados por José Gaos y González-Pola como «los transterrados», manifestándose la añoranza de su hogar desde México. Pero pasa el tiempo, y esa nostalgia la he comprobado con un buen amigo mexicano que ya no está entre nosotros, Alejandro Contla Carmona, que siempre me recordaba el disfrute de sus almuerzos con «melón con jamón» en uno de los establecimientos madrileños que pomposamente se anuncian como «Museo», al igual que sus paseos por lugares emblemáticos de la capital de nuestra nación.

Para mí, Madrid tiene su encanto, que me satisface todos los años en la primera quincena del mes de diciembre disfrutando con la visita a algún museo o a las exposiciones temporales en el mismo. En esta ocasión en esos días anteriores al arribo del invierno que, al parecer con todo este lío del cambio climático no culmina su llegada, aunque intuyo que ya está aquí, ha valido la pena acudir de nuevo al Museo del Prado y admirar Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro, de la que como ejemplo, entre las piezas escultóricas expuestas por su función procesional que se pueden «tocar con la mano y a la altura de nuestros ojos», gozando de su movimiento y policromía, encontramos San Juan Evangelista (1755-56), de Francisco Salzillo, de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Murcia. Así como, por su majestuosidad, Sed tengo (1612-16), paso procesional de Gregorio Fernández compuestos por seis imágenes que se atesora en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Con dicho paso, con una puesta en escena latente, la teatralidad nos introduce en este pasaje evangélico, en el que los soldados son sustituidos por sayones, de los que me llamó la atención el «sayón descalabrado», que rodilla derecha apoyada en el suelo y portando la mano izquierda un cubilote, aparentemente de plata, utilizado para jugarse con dados la túnica inconsútil de Jesús, nos muestra en la parte posterior derecha de la cabeza una herida cicatrizada ensangrentada sin cabello, que me atrevería a identificarla como procedente de una trepanación. De igual forma, en tierra se aprecian tres dados con los puntos marcados, pudiendo observar todo ello a nuestra altura. En concreto, disfruté en ese Darse la mano, con la fusión del color y la escultura en el Siglo de Oro.

Por otro lado, fue un buen momento para recordar una de mis aficiones a la música, a través del mal llamado «género chico», con la exposición La Zarzuela, Patrimonio de la Humanidad. Crónica cantada de nuestra vida, en el Centro Cultural de la Villa «Fernán Gómez», en el que aprecié el contraste de los visitantes al Museo del Prado, con un ingente número de asiáticos con prisas, con la pausada visita de grupos de jóvenes menos numerosos en dicho centro Fernán Gómez. Y, tal como decía en un principio, muchos recuerdos pasaban a engrosar el crisol de mis recuerdos. Desde niño soy aficionado a la zarzuela y todo me vino a través de mi presencia como espectador en los teatros del Círculo Católico, del Oratorio Festivo y del Teatro Circo.

En esta exposición busqué algo difícil entre las quinientas piezas expuestas tales como partituras, maquetas, vestuario, fotografías y cuadros. En concreto, intenté localizar la presencia de algunos músicos e intérpretes relacionados con Orihuela. Siendo mi sorpresa al descubrir un retrato del compositor oriolano José Rogel Soriano, nacido en 1829. Hermano de Federico y autor entre muchas zarzuelas la que lleva por título El joven Telémaco, estrenada en el Teatro Variedades el 23 de septiembre de 1866 e interpretada por la compañía de los Bufos Madrileños. Sin embargo, entre los intérpretes no logré encontrar al barítono Pedro Terol, Hijo Predilecto de la Ciudad de Orihuela, que disfrutaba representando Luisa Fernanda, de Moreno Torroba. Y rememoré su actuación a beneficio de la Centuria Romana en el Teatro Circo, en un homenaje póstumo al tenor Ignacio Genovés, el 28 de noviembre de 1962.

José Rogel Soriano (1829-1901)

José Rogel Soriano (1829-1901) / A.M.O. Legado Joaquín Ezcurra Alonso

Recuerdos y más recuerdos, nostalgia de aquellas voces como las de Joaquín Martínez Zambudio, Pepín Abad, Petri Meseguer, Lolita Arques, Antonio Panús, Fina Cartagena, María Gómez, Lucio Sarabia, Antonio Picazo, y tantos otros. Especialmente a Pepe Rodríguez en registro de bajo interpretando a Simpson en La tabernera del puerto, en aquella romanza que hablaba de la luna blanca y de la noche negra. Con ellos se acrecentó mi afición por la zarzuela, que he revivido este mes de diciembre en Madrid, dejando a un lado aquel dicho oriolano: «A Madrí y a la Crus de la Muela, una ves pa verla». Pues, tanto una como otra merecen más de una vez. Así que, por mi parte: Madrid, Madrid, Madrid..., y hasta otra vez.

Tracking Pixel Contents