Opinión | VUELVA USTED MAÑANA

La armonía frente al ruido

La armonía frente al ruido.

La armonía frente al ruido. / INFORMACIÓN

Pocas experiencias que expliquen la armonía, el conjunto de diferentes vinculados por un solo guion, el resultado cuasi perfecto de la unión de lo disperso en un fin acordado y escrito, son comparables a una orquesta cuando alza sus alas al viento emergiendo de ellas la perfecta fusión de las notas ancestrales de la música, manjar de los dioses y alimento de los mortales.

Una enseñanza en una sociedad anclada en la diferencia hecha frontera, construida contra los cimientos de la concordia y el objetivo esencial de la felicidad; una sociedad asentada en extremar lo que es solo demostración de ausencia de valores y de objetivos loables y dignos.

Conviven en una orquesta personas de diferentes razas, orígenes, lenguas, ideologías y todas ellas, una vez comienzan a andar el adagio, se fusionan en un misterio que los hace iguales y a todos nivela y acerca a la unidad, a la contemplación del arte como frontera entre lo soñado y lo prescindible. Vientos, metales, percusión, tan distintos como distantes en sus personalidades, se confunden entre los signos del pentagrama, sus líneas, que acogen notas, medidas y ritmos al compás de un director que, sobre un previo deseo hecho composición, levanta un canto a la solidaridad, a la fraternidad universal, al concierto de voluntades que se hacen una y solo una.

A veces, la voz de un solista, rota o dulce, se suma al milagro de la unidad y añade, no resta, solemnidad a un acto casi sagrado para quien quiera verlo desde ese espacio interior que pueblan los recuerdos, los deseos, los sueños rotos, los espacios por descubrir y los abandonados o idos en el devenir de la vida.

En este año que comienza deberíamos cambiar, abandonar la cultura que tenemos que, como dice Mitch Albom «no hace que las personas se sientan contentas de sí mismas», sino errantes perseguidores de un suelo que es suelo, no cielo como dijo Séneca, una cultura que presiden ambiciones tan individuales y falsas, como lo son los premios que proporciona la satisfacción de un bien que ni siquiera roza el alma, antes al contrario, la anula y reduce a producto que llega a perder incluso su esencia, que reclama vivir. Un bien material llama a otro, pues se afianza en la mente la convicción de que el siguiente nos dará la felicidad anhelada y ésta, cada vez, se aleja inevitablemente de lo que le es ajeno. Ese deambular por el tener, no por el ser, solo proporciona insatisfacción permanente y frustración ante lo conseguido.

Contra el común de la sinfonía construida sobre lo intangible, que penetra el corazón y se hace de todos y con todos, sobre el papel escrito desde siglos atrás que es eterno, quienes rigen esta sociedad desde sus atalayas de poder, se empeñan en extremar sus diferencias artificiales que rompen la armonía social, que son disonantes esquelas, meros caprichos de voluntades limitadas a sus egos insatisfechos y sus ambiciones, fruto de la mediocridad moral y ética, ejemplarizantes modelos del fracaso colectivo y personal. Como decía Aute, más que nausea dan tristeza y seguir sus ejemplos es imitar el abismo en el que viven.

La realidad de la mal llamada política, incalificable por su vacuidad y la ausencia de veracidad y dignidad, es que no produce, ni puede producir un resultado armónico, ni siquiera un resultado reconocible o previsible. No hay un objetivo común, porque el interés general se supedita a las veleidades o ambiciones de quienes nos gobiernan. No hay gobierno posible cuando lo constituyen grupos no sólo diferentes, sino que pugnan entre ellos para satisfacer sus objetivos propios en una pugna artificial y basada en eslóganes; y qué decir de los aliados que juegan en terrenos ideológicos tan dispares como incompatibles y que solo se vinculan por el bien comprado. Sin un fin común, aunque sea meramente perfilado, sin un programa que lean al unísono o que suene con cierta cadencia, el resultado sería el mismo que una orquesta desafinada y que entonara diversas composiciones a la vez. Ruido ensordecedor. Nada.

Y la oposición juega en el mismo auditorio de sordos obligados -porque no quieren oír-, para sobrevivir entre sones estridentes. Pocos son y mucho es el aparente enfrentamiento tras el que se esconde la ambición de cada uno, su extremada interpretación de papeles cargados de vacío y defensas de conductas vergonzosas sin más explicación que la defensa del beneficio. Un futuro basado solo, otra vez, en la promesa sobre siglas, no sobre hechos determinados, sobre melodías compuestas desde el equilibrio y propias, no mero desprecio de lo ajeno, que tiene tantas cosas buenas, como malas, aunque su apariencia sea tan disonante. Nada se construye sobre edificios derruidos y, como los antiguos enseñaban, una catedral puede levantarse donde moraban los dioses de otras civilizaciones. Destruir como sinónimo de oposición es jugar con sentimientos primarios, no erigir un edificio común, nuevo y viejo a la vez, pero reconocible por todos.

La diferencia, en política, no suma y enriquece por falta de objetivos identificados, de programas escritos, aunque quepa después la improvisación o la creatividad, no la ruptura con lo ofertado o la mentira. La diferencia en política, sin embargo, es pura farsa que oculta la soberbia y estulticia propia de la mediocridad y el vacío sentimental. Entre las diversas formaciones lo propio es casi una anécdota cuando se compara con lo compartido. Solo una variación del canto entero. Sumar es más lógico que restar o destacar lo que se busca como elemento frágil de la individualidad.

Porque, tocar todos un mismo son, aunque se interpreten diferentes estilos, de épocas diversas, solo es posible cuando la belleza y la paz, el progreso sin «ismos», lleva a una verdad que siendo la de cada cual, se sume a la de los demás para ofrecer una común. Pero eso es un imposible cuando los músicos no saben, ni quieren, solo ambicionan.

Feliz año nuevo a todos.

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