Opinión | tribuna

«Mare Nostrum» desencadenado

Soldados israelíes patrullan la población de Beit Lahia, en el norte de Gaza.

Soldados israelíes patrullan la población de Beit Lahia, en el norte de Gaza. / ATEF SAFADI / EFE

«De Algeciras a Estambul», cantaba Serrat sobre un mar Mediterráneo romántico e idealizado que en los últimos tiempos ha desatado su ira, vomitando danas, engullendo vidas de migrantes que buscan desesperadamente sus costas y siendo testigo impávido de cruentas guerras, violaciones de los derechos humanos e incluso un genocidio. El Mediterráneo es uno de los mares más castigados por la acción del hombre y está gritando desesperadamente. Ha sido el «horribilis annus» de un «Mare Nostrum» desencadenado, desde Algeciras a Estambul, pasando por Oujda (al lado de Melilla), Argel (Argelia), Trípoli (Libia), Gaza (Palestina), Haifa (Israel), Beirut (Líbano), Tartús o Latakia (Siria).

Más de 200 periodistas han sido asesinados por fuego israelí desde que comenzará la guerra hace más de un año, y cinco de ellos en el último bombardeo en las inmediaciones de un hospital gazatí que dejó cerca de 30 muertos estas Navidades. Un par de semanas antes, Amnistía Internacional presentaba un demoledor informe que demostraba que Israel (Mediterráneo) ha llevado a cabo actos prohibidos por la Convención sobre el Genocidio, con la intención específica de destruir a la población palestina de Gaza (Mediterráneo). La secretaria general de AI, Agnès Callamard relataba esos atroces actos: matanza de miembros de la población palestina de Gaza, lesión grave a su integridad física o mental y sometimiento intencional de ella a condiciones de existencia que habrían de acarrear su destrucción física. «Mes tras mes, Israel ha tratado a la población palestina de Gaza como un grupo infrahumano que no merece derechos humanos ni dignidad, demostrando así su intención de causar su destrucción física», indicaba Callamard. En este sentido, el experto en pensamiento político Alberto González Pascual, en su interesante ensayo Los nuevos fascismos: manipular el resentimiento asevera que «la reversibilidad de la democracia en un mero y, a la vez, sofisticado régimen de control social unidimensional se encuentra a un minuto de la medianoche», incluso en democracias liberales como Israel donde se cumple el axioma de Habermas de una opinión pública manipulada o ficticia en el seno de una democracia secuestrada por el Gobierno de Benjamín Netanyahu. Y lo mismo ocurre en mayor o menor medida, en autocracias, dictocracias, plutocracias o directamente dictaduras que ganan terreno de forma global a través del eje del internacional populismo más reaccionario.

Informes recientes publicados por Reporteros Sin Fronteras o la Unesco confirman el año 2024 como uno de los más mortíferos para la Libertad de Prensa, consolidándose una terrible tendencia internacional. Desde octubre de 2023, solamente el ejército de Israel ha matado a esos 200 periodistas en Gaza, 550 están encarcelados por todo el mundo, 55 siguen secuestrados y 95 desaparecidos. Ejercer el periodismo en esa orilla del Mediterráneo merece todos nuestros elogios, intentar acallar sus voces merece toda nuestra repulsa. En este mismo sentido y como tendencia global, destacar que la mayor cárcel de periodistas del planeta sigue siendo China (124) y el mayor número de desaparecidos se sitúa en Latinoamérica, con varios focos especialmente graves en México, Nicaragua, El Salvador, Cuba, Venezuela y Colombia. Solamente el régimen de Bashar al-Assad y sus aliados han asesinados a más de 180 periodistas desde 2011 en Siria (Mediterráneo), y cuando hace unas semanas cayó esa máquina de terror había 23 periodistas encarcelados y una decena desaparecidos. La también periodista y premio Nobel de la Paz, María Ressa tiene claro el diagnóstico: «el objetivo es simplemente golpearte hasta silenciarte. Y cuando te deshumanizan, te acercas más a la violencia».

Nuestra ribera occidental del Mediterráneo no está mejor, el calentamiento global que esos nuevos fascismos niegan y patrocinan está detrás de la dana que dejó 223 víctimas el pasado 29 de octubre en el área metropolitana de Valencia. Y según el monitoreo anual de «Caminando Fronteras» 517 migrantes han perdido la vida en el mar Mediterráneo, en la denominada «ruta argelina», frente a nuestras costas alicantinas; otras 73 en la «ruta de Alborán», frente a las costas de Almería, y 110 en la «ruta del Estrecho»; en todos los casos lanzadas a la muerte por las mafias desde territorio argelino, a no más de 300 kilómetros en línea recta desde la ciudad de Alicante. Tan cerca, pero tan lejos. El Mar Mediterráneo, como el Océano Atlántico que se ha tragado 9.757 víctimas inocentes en la peligrosa ruta que lleva su nombre, se han convertido en fosas comunes de miles de migrantes, muchos, la mayoría, migrantes climáticos.

Llevo viviendo veinte años junto al Mediterráneo, oliéndolo, observándolo, sintiéndolo, y cada vez me duele más este «Mare Nostrum» viejo, desesperado, lleno de ira y a punto de estallar ante la mirada desorientada de esta «sociedad del desconocimiento» de la que habla Innerarity para referirse a una «ciudadanía estúpida» de ribereños complacientes, pusilánimes, cegados por el artificio, la confusión y la mediocridad e ignorancia supina. Estamos en la prórroga.

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