Para variar, yo todavía sigo sin verle el sentido a lo de los propósitos de año nuevo y las metas motivadas por el miedo y la sensación de estar quedándonos atrás mientras el resto avanza. La cantinela de luchar contra uno mismo para alcanzar algún tipo de versión de nosotros mejor que la actual me genera una tremendísima pereza, ojalá pronto nos demos cuenta de que somos mucho más que una mera actualización del sistema operativo de un teléfono móvil. Quizá soy demasiado cínica como para fingir que no me conozco a mí misma a estas alturas y que esta vez será la buena de verdad y me dará —por fin— por consumir más frutas y verduras y menos cafeína, azúcares y alimentos procesados. Ni idea. Medio en broma medio en serio algunas de mis amistades capturaron con el botoncito derecho de sus móviles algo que comenté hace mucho tiempo en una entrevista, la idea de que en general mis metas y mis objetivos suelen ser muy simples y sencillos para no desquiciarme ni fustigarme a mí misma ante la imperfección y el fracaso. Pude entender aquello que planteaban, lo beneficioso de andar con los pies en la tierra y la mirada en el cielo azul, siempre arriba, arriba, pero yo soy una persona bastante torpe y descoordinada, carezco de cualquier tipo de equilibrio.

La lotería genética a la que jugaron mis padres cuando me tuvieron me concedió una serie de premios contra los que no puedo luchar, como la miopía y el astigmatismo, las altas probabilidades de desarrollar diabetes en unos años y cierta tendencia a la melancolía. Lo sabe cualquiera que haya pasado dos minutos conmigo, siempre estoy mirando para abajo. He de andar siempre con la mirada en el suelo para asegurarme de que no me tropiezo.

Descubrí hace un tiempo que uno puede ir tomándose la vida según le van viniendo las cosas, sin grandes planes ni hojitas de Excel con las metas desglosadas en columnas y bloques de cinco años. Hace tres años entregué el borrador de mi primera novela sin expectativas y sin pensar mucho en el tema y hace dos me mudé a una ciudad en la que no conocía a nadie por un trabajo para el que no tenía ningún tipo de experiencia. Lloré porque todo era muy difícil y luego me reí porque las cosas seguían siendo bastante difíciles, así de ridículos somos los seres humanos.

No me he impuesto un número concreto de libros que leer ni de películas que ver ni de dinero que ahorrar ni de kilogramos que perder. Siento cierta angustia al observar —en silencio, lo mejor que puede hacer nadie por los demás es no meterse en sus asuntos— cómo varias de las personas que me rodean navegan sus vidas como si estuvieran en una entrevista de trabajo que nunca termina. Volviendo a los propósitos de año nuevo, tampoco le veo nada de sentido a la moda de compartir en redes sociales lo que se consiguió en el año actual, todo eso en lo que se fracasó y los nuevos sueños y anhelos para el año que está por comenzar. Quizá sea un tema religioso y semicultural, creo mucho en no compartir en voz alta —ni por escrito, ya que estamos— aquello que de verdad se desea con todo el corazón, al menos hasta que se consiga. Ya no le explico a nadie en qué ando ni en qué quiero andar, me ha valido el resentimiento de quienes consideran que la amistad consiste en diseccionar cada segundo de la vida del otro, pero yo soy bastante más feliz de lo que era antes y con eso tiro millas.

En los últimos días de 2023 me pregunté a mí misma qué era lo peor que podía pasar si comenzaba a rechazar algunas cosas que se me ofrecían y a las que siempre accedía no por gusto sino por pudor, proyectos o colaboraciones que no están diseñados para beneficiar a todos sus participantes sino solo a quien realiza la propuesta. No resulta del todo fácil, no sé si por mi género o por qué exactamente, pero muchísima gente no entiende o no quiere entender el monosílabo del que les hablo. Supongo que en cierta forma este año me dediqué a lo contrario a lo que se dedican los demás, no busqué ser una mejor persona sino alguien un poco más egoísta, centrada más en mi propia conveniencia y felicidad que en la de mis prójimos. Los jóvenes lo denominan «poner límites». Si puedo recomendarles algo antes de que termine este año, sería solo esto.