Opinión | Tribuna

En tierra de nadie

En tierra de nadie

En tierra de nadie

Aunque a algunos les cueste creerlo, todavía hay muchas personas que confían en la política y en que sus representantes democráticos se esfuerzan cada día por mejorar la vida de sus conciudadanos. Muchas personas convencidas de las bondades de la moderación y de la búsqueda de acuerdos. Persuadidas de que no existen soluciones simples para abordar problemas complejos. Pero cuando pasan los años y constatas que nuestro primer problema radica en la actitud de los actores políticos y sus terminales y allegados, que los que supuestamente te representan no quieren escuchar, salvo a sus incondicionales seguidores, entonces te embarga la decepción y el hartazgo. Y tienes que hacer esfuerzos para no dejarte llevar por la irritación. Hasta el punto de preguntarte si vale la pena seguir levantando la mano para expresar una idea cuando el ruido de la sala es ensordecedor. Tienes la sensación de sentirte en tierra de nadie.

Esta es la situación que sufrimos en España desde hace demasiado tiempo. Y te preguntas por qué nuestros representantes políticos no son capaces de comportarse como adultos y nos avergüenzan, ofreciendo reiterados espectáculos deplorables en parlamentos y en otros muchos foros institucionales. Por qué actúan de forma tan irresponsable en política interior y sí son capaces de alcanzar acuerdos en las instituciones europeas. Por qué siguen instalados en la España imaginaria en la que habitan y que nada tiene que ver con la España real. Por qué se resisten a comprender que, en nuestro caso, solo es posible gobernar para mayorías si se buscan grandes acuerdos desde la lealtad institucional, la defensa del bien común y el sentido de Estado. Nuestra organización territorial no permite tomar decisiones estratégicas de otra forma. Estas son las reglas de juego que nos hemos dado desde la Constitución de 1978 y los posteriores acuerdos que han dado forma al modelo de Estado que ahora tenemos.

Intentar mantener agrupados a los suyos a costa de desatender los problemas de todos es un camino muy equivocado. La impaciencia electoral es el mayor enemigo de la paciencia democrática. La aspiración de querer ganar las elecciones a cualquier precio y por cualquier medio o el deseo de querer permanecer en los gobiernos de cualquier forma, puede ser fuente de desafección y nos puede llevar a situaciones de bloqueo muy complicadas. Con iniciativas simbólicas y con anuncios bengala se puede vivir hasta el día siguiente, incluso hasta el año siguiente, pero no se están abordando problemas pensando en la década siguiente. Y estos son los que requieren acuerdos básicos, los que necesitan atención urgente, porque afectan a la vida cotidiana de millones de conciudadanos. No existen las soluciones simples y si los problemas de fondo se abordan con simplicidad maniquea, cada uno desde su rincón, o se eluden, entonces se complican todavía más. Y se extiende la sensación de que los representantes políticos solo se ocupan de sus cosas y no de nosotros.

En democracias avanzadas y en Estados compuestos, la buena gobernanza multinivel exige dotarse de instituciones preparadas para gobernar la complejidad en contextos crecientemente inciertos e interdependientes y donde las fuentes de poder son muchas y obliga a compartirlo. Dotarse de estructuras capaces de sobrevivir incluso a gobiernos incompetentes. Es la mejor demostración de su fortaleza. La lectura del texto de Daniel Innerarity sobre su teoría de la democracia compleja para gobernar en el siglo XXI, resultaría de gran utilidad a nuestros responsables políticos. Porque tal vez les ayudaría a entender que las concepciones lineales, simples, verticales y binarias no sirven. Que gobernar obliga a adoptar visiones más horizontales, relacionales, estratégicas, porosas y abiertas. Por supuesto acordadas.

En el caso español nos alejamos de estas visiones, no sé muy bien en qué dirección ni con qué objetivo. Lo que sí sé, y pido disculpas si alguien se siente aludido o le parece inconveniente esta reflexión, es que con sus tácticas divisivas y de polarización extrema, han invalidado por completo la Conferencia de Presidentes y en buena medida las conferencias sectoriales. No se las creen y por eso no funcionan. Que no es aceptable que sean incapaces de acordar un nuevo modelo de financiación para garantizar en condiciones de equidad la provisión de servicios públicos esenciales. Que no se pueden anunciar alegremente planes de vivienda, sean desde el gobierno central, o regionales o locales, sencillamente porque no se ajusta a la realidad. Porque requiere de un abanico de medidas legislativas, reglamentarias y presupuestarias de tal calibre y complejidad, que solo con el concurso de las tres administraciones y adquiriendo compromisos para al menos una década, se puede empezar a resolver el primer problema que hoy tenemos en España. Todo lo demás son anuncios bengala e intentos de engañar a toda una generación. Que sean incapaces de acordar una solución para resolver el problema humanitario de las personas que llegan a nuestras costas. O que evidencien un grado de confrontación tan inexplicable como intolerable, para ocuparse de la gestión de la mayor catástrofe que ha afectado al pueblo valenciano en décadas.

En el caso de los llamados planes de recuperación de las consecuencias de la gran inundación, si es que existen, las señales que se envían desde los poderes públicos son decepcionantes. Después de más de dos meses, los máximos responsables no solo no son capaces de hablar entre ellos, sino que están instalados en la confrontación política más descarnada. Todavía carecemos de datos concretos sobre la magnitud de la tragedia, y sin buenos datos no es posible tomar decisiones correctas; no hay señales de que vayamos a disponer de un plan conjunto de medidas de recuperación, adaptación y prevención contra los efectos de cambio climático, con un enfoque sistémico, flexible, transversal, integrado y a escala metropolitana, la única desde la que es posible abordar el problema. Un plan que es muy complejo, que, entre otras cosas, requiere mucha coordinación y voluntad de cooperación para incorporar distintas competencias distribuidas entre distintos niveles de gobierno y de muchas esferas dentro de cada uno de ellos; un conocimiento del medio muy detallado; presencia activa de los gobiernos locales; recursos secuenciados en el tiempo; cambios legislativos y reglamentarios, desde legislación básica hasta el nivel de ordenanzas municipales; nuevos protocolos de actuación en materia de emergencias y estado de alarma; nueva generación de políticas de ordenación territorial adaptadas a los cambios extremos, y un detallado plan de acciones para el corto, medio y largo plazo. ¿Dónde está todo esto? ¿Están pensando en ello? ¿Cuándo veremos a las partes que son el Estado presentarse como Estado, sin atribuir al otro las responsabilidades? ¿Cuándo demostrarán que han dejado de ocuparse de ellos para ocuparse de nosotros?

La pregunta es: ¿cuántos tenemos la sensación de sentirnos en tierra de nadie?. Porque algún día, tal vez vuelvan la vista atrás y comprueben el inmenso vacío que están dejando tras de sí. Que haya una inmensa minoría que entienda que los partidos con mayor representación ya han dejado de representarles. Y cuando quieran enmendar su inmenso error ya será demasiado tarde. En democracia el vacío político no existe. El que ellos están dejando, siempre será ocupado por otro.

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