Opinión | Tribuna
Bajar el micro a las mujeres
Mujeres a las que se les manda callar cuando señalan agresores. Mujeres silenciadas cuando incomodan a hombres con nombre, apellidos y poder
Telecinco. Programa con Bárbara Rey en plató. Quizás lo han visto. Alessandro Lequio preguntó a Rey si consideraba que el chantaje es un comportamiento legítimo. Y ella respondió que veía mucho peor «los malos tratos que han sufrido otras muchas mujeres». Dado el que preguntaba, Rey remitió a la audiencia a buscar en Google «las cartas de la vergüenza» con el nombre de él. «¡Para que veáis que le encanta pegar a las mujeres y lo reconoce!», exclamó ella mirando a cámara. El programa intentaba moderar una entrevista que no se imaginaban que acabaría ahí, y Bárbara no se iba a callar. Denunció que no sabe «cómo existe todavía alguna televisión que contrate a Lequio», momento en el que los moderadores intentaron silenciar a Rey. Sin éxito, el presentador dio la orden muy serio: «¿Le bajáis el micro, por favor?», señalando con el dedo a Bárbara. Y así, cambiar de tema.
Aquel gestó significó más que mil palabras. Y no solo por Bárbara, que bajar su micro fue el «castigo» por desviarse del tema y traspasar una línea roja. El fondo es que ese bajar el micro representa a Bárbara Rey, a periodistas de este país y a muchas mujeres.
Mujeres mandadas a callar cuando señalan a agresores (aunque ellos lo reconozcan). Mujeres mandadas a silenciar cuando incomodan a hombres con nombre, apellidos y poder. Periodistas mujeres eliminadas de programas por ser «demasiado» feministas. Periodistas mujeres vetadas o despedidas por no tolerar en plató reflexiones machistas o sin contundencia contra el maltrato. Periodistas mujeres a las que «corregir» fuera de cámara para «controlar» su mensaje. Mujeres apartadas, aisladas, marginadas, calladas, mientras los machistas calientan el asiento agradecidos con el respaldo de los de arriba. En mi vida he visto que a estos tipos les bajen el micro.
Lequio no paraba de gritar que él no fue denunciado pero los hechos están ahí. Una primera denuncia (cuando aún no había ni ley de violencia de género) que Antonia Dell’Atte retiró, como tantas, pensando en su hijo. Luego, él la denunció por calumnias y no ganó. Los hechos ya habían prescrito para entonces. Cuando no han prescrito es que no hay pruebas, pero ya sabemos cuántas mujeres sin denunciar o denunciando han acabado bajo tierra asesinadas. No denunciar o archivar no significa que no haya ocurrido.
Con el tema de Iñigo Errejón, me dijeron que una periodista en la cadena (que ni recuerdo) dijo algo así como que nos estaba quedando un feminismo precioso. En concreto, a las que nos avisaron de este caso las propias víctimas. Parece molestar que otras no supieran nada, a pesar de aquel tuit público sobre Errejón el verano pasado. Quizás las víctimas buscan hablar con personas que sientan como espacio seguro. Si a ti no van, puede ser el resultado de dar en plató voz a machistas y, a veces, hasta agresores. Recuerdo a Arcuri o al Yoyas. Luego, mucho doce meses, doce causas pero ni eso lo esconde. Qué gran lema aquel de «perro no come perro». Ahora sí que os está quedando un feminismo precioso.
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