Opinión | El ocaso de los dioses

El espejo delator

El espejo delator.

El espejo delator. / INFORMACIÓN

Pese a la furiosa turba inquisitorial del mudo woke que padecemos, trufada de ominosas teorías de la cancelación, oscurantismo cultural, censura, fanatismo, sectarismo, opresión y persecución —incluso judicial— de la libertad de expresión por líderes que dicen hablar en nombre de ciertas minorías; pese al inmenso poder que ha tenido y sigue detentando ese mundo woke exportado por la progresía irredenta (Canadá), los plutócratas de izquierdas (USA) y los desencantados de la libertad occidental (Europa) que parecen desear la vuelta de teocracias religiosas —permítaseme el pleonasmo— medievales como alternativa a las decadentes democracias occidentales; pese a la nociva, suicida y asfixiante obligación de un mal entendido (aunque ellos y ellas lo entienden demasiado bien) multiculturalismo unidireccional consistente en que la civilización y cultura judeocristianas cedan sus principios, los cancelen y se avergüencen de ellos por eurocéntricos y etnocéntricos; pese a que el pasado día 7 se cumplían diez años del asesinato de 11 personas, de la masacre de la revista satírica francesa Charlie Hebdo a manos del radicalismo islamista, de los yihadistas Chérif y Saïd Kouachi (dos días después, para disipar dudas, otro terrorista islamista, amigo de ellos, asesinó a cuatro personas en un mercado judío de París); pese a todo eso, que es mucho, el «progre» millonario Justin Trudeau dimitía como primer ministro canadiense tras dejar su país en la ruina multiorgánica. El bello Trudeau, un esnob educado entre muelles algodones de la aristocracia política, de las élites encastadas, impulsor de ese bobalicón buenismo de cuyos efectos siempre se salvan ellos y ellas castigando solo al pueblo llano; ese narciso endiosado, digo, ha consultado con el espejo de la malvada madrastra de Blancanieves y éste le ha contado la verdad: hay alguien más bello que tú en la política mundial, se llama Pedro y los dos ya no cabéis juntos. Trudeau el Hermoso ha dimitido y Sánchez huido de la dana sigue… huido. Pero sigue.

Ese espejo delator parece que solo funciona con líderes que, aun envenenados por el progresismo woke, la hipercorrección política y el multiculturalismo unidireccional, conservan un mínimo de moralidad ética, de respeto para con el pueblo y la democracia, haciéndose a un lado, dimitiendo para que la decencia pública sobreviva a las tentaciones autocráticas, y la ciudadanía pueda confiar en los resortes independientes que sostienen la democracia. Justo lo contrario que el espejo en que se mira nuestra casta política, en especial el bello Narciso. Mientras en Canadá era el propio partido de Trudeau quien le indicaba la puerta de salida, en España es el endiosado Sánchez quien ordena al PSOE que solo manda él y que el partido debe plegarse, obediente y cautivo («En el PSOE, la lealtad por toda regla», sentenciaba Zapatero), a sus deseos y caprichos, aunque con ello lo lleve a la inanidad o la desaparición. De ahí la nueva rueda de purgas que administra el «puto amo» a sus siervos para controlar al partido más férreamente, sin posibilidad alguna de contestación. Quien se mueve no solo desaparece de la foto, sino que incluso peligra su medio de vida, su sustento y el de su familia. El mensaje es tan claro, tan intimidante y diáfano, que los propios condenados caminan hacia el cadalso alabando las virtudes del verdugo. Ya ven, tanto apelar Pedro el Huido a las bases, la militancia y las primarias, que al final ha acabado comprendiendo que eso era un peligro democrático contra él y no debía permitirlo. Con los 50 años de Franco, el nuevo jefe de centuria del PSOE impone una disciplina castrense a su partido para que recuerde mejor el aniversario. Ahora comprendo el porqué de las celebraciones.

Que el año 2025 no le va a resultar fácil al chusquero de complemento es algo tan obvio que no necesita mayor hermenéutica. Acosado en tantos frentes judiciales, dependiendo de tantas carambolas políticas a sabiendas de que la mesa de billar la manejan sus insaciables socios, con un giro de tendencias que arrasa Europa y América (no en su adorada Venezuela de Maduro, donde el embajador ZP —con la complicidad de Sánchez y su Gobierno— se obstina en perpetuar el inmenso fraude antidemocrático del dictador), con tantos platillos en movimiento que tiene que manejar con suma celeridad para que no se le caiga ninguno, a Pedro solo le quedan los resortes de la nostalgia guerracivilista, la tiranía con el partido y sus dirigentes incómodos, y una ambición de poder indescriptible y suicida. Tal es la locura y sinrazón en la que está sumido Pedro y ha asumido el PSOE, que pretende, de una lado, prohibir la existencia de la acusación popular, mientras que de otro ordena al PSOE interponer denuncia por revelación de secretos contra el jefe de gabinete de su archienemiga Isabel Díaz Ayuso el día antes de que aquél declarara como testigo en el Supremo. ¿En qué quedamos, mi sargento?

Por eso necesita Sánchez que Franco no se muera del todo, y para evitar que las «heces en melena» del enfermo lo lleven al Hades mitológico, inaugura en el Reina Sofía (otra institución de todos los españoles colonizada en exclusiva por el autócrata) el ciclo mortuorio de Franco, del ocaso de los dioses, advirtiéndonos de que en ocasiones ve fascistas. Tengo para mí, aunque sin confirmar por Begoña, que eso pudo pasarle a Narciso mientras se miraba en el espejo delator de la bruja de Blancanieves. Hay que tener la cara más dura que las propias expresiones de bruxismo a las que nos tiene acostumbrados el «laxante» del PSOE (vean las purgas aplicadas a decenas de dirigentes de su partido desde que llegó al poder), para reivindicar que las pompas mortuorias en memoria de Franco son un símbolo de reconciliación y espíritu de concordia entre españoles, cuando tan solo hace unos meses pontificaba, como un fanático jacobino, que iba a levantar una muralla —Robespierre levantó una guillotina— contra más de la mitad de los españoles para confinarlo al otro lado del muro de la vergüenza. Un gueto redivivo que pensábamos superados con la Transición, que no la hizo Sánchez, sino los españoles que sí habían conocido la Guerra Civil. Debería leer más el huido de la dana, no por adquirir una cultura de la que carece, sino por conocer cómo acabó Robespierre y qué pasó con el espejo de Blancanieves. Todo ello si la «cultura de la cancelación» no lo impide. A más ver.

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