Opinión | La plaza y el palacio
Groenlandia, Canadá, Panamá, Comunidad Valenciana
¿Sap aquel que diu que un tipo pelirrojo, muy raro, con pinta de delincuente profesional, decide comprarse el cubito de hielo más grande del mundo? «Es para una fiesta, y si no me lo venden, lo invado», argumentó; y las redes sociales, esas que algunos imaginaron arterias de la libertad, le jalearon con un rugido imparable, que se escuchó desde Panamá a Kiev y en los quirófanos de Palestina, motivando que la Policía Montada del Canadá adquiriera una cantidad imprecisa de nuevos caballos, ante las protestas de pacifistas y animalistas. Es un panorama, el de esta semana, risible. Si no fuera porque da miedo.
Es una semana con augurios que están destrozando toda nuestra convicción en el pasado y abriendo demasiadas preguntas sobre el futuro. Como dice mi amigo Camisón, a lo mejor lo que habría que haber declarado es Europa toda un Estado de EE UU. Por mi parte, he dado en considerar que la Guerra Fría fue un fenomenal sistema que se explicó mal: la URSS era el gran protector de Europa. Pero reconozco que mantener esta posición me cuesta, tras lo que vi y que me hizo antisoviético. Pero el hecho cierto es que esta vez Putin no va a defendernos. Siempre puedo invocar que me opuse activamente a la entrada en la OTAN. Lo que pasa es que ahora ya no sé si la OTAN somos los buenos o los malos. Ni la ONU, ni la FIFA. Ni casi nada. Para los disruptivos payasos de Trump todo eso son cosas que sobran. Sigo manifestándome un firme defensor de un ejército europeo, de los de verdad, con bombas y espías. Para terror de mis amigos pacifistas. Que no sufran: probablemente llegamos tarde. Dada mi edad, el alistamiento voluntario en la Montada o en la infantería danesa parece algo inviable: daría más problemas que otra cosa.
Pero lo malo no es la locura (?) de Trump o la post-racionalidad de los chicos de la informática, lo malo es que el enemigo está en casa. Repase usted, por Dios, cada Parlamento –y muchos gobiernos- europeos y verá las esperanzas que nos quedan de una reacción potente. Ni la mayoría de Estados apostarán por un rearme disuasorio ni se armarán de valor moral para manifestar su disposición a la defensa ardiente de los valores que, se supone, nos justifican como patria de la Ilustración. No resonará en Berlín un «Ich bin ein Grönländer»: los muros sirven ahora para detener a emigrantes y nada, ya, como símbolos de libertad.
No sólo es que haya mucho populista tabernario suelto, adornados por neofascistas que andan lustrando sus cinchas y botas camperas: lo malo es que el conservadurismo liberal y cristiano, que antaño dio muestras de aliento cívico, ahora yace absolutamente dispuesto y entrenado para abrir sus brazos al enemigo en casa. Churchill y De Gaulle eran conservadores. Dígame usted lo que podemos esperar ahora. La izquierda, por supuesto, ante la presión, se esfuerza con vigor y rigor en despedazarse mutuamente, no vaya a ser que una palabra mal escrita en un programa, un concepto confuso, una alusión mal hecha al veganismo o a la prioridad de las reformas decoloniales en los museos de cerámica, aplace para la semana que viene el advenimiento célebre y seguro del socialismo y la igualdad. A este paso sólo nos quedará la opción de una alianza, explícita o implícita, con China.
Estamos mal. Pero en España un poco mejor. La primera razón es que, pese a todo, aún no gobierna la derecha, aunque ciertos jueces deben estar a punto de alistarse para la conquista de Groenlandia si les proporcionan togas de pellejo de oso negro. Si así fuera, no dudemos de que: a) encontrarán que hubo un primo tercero del abuelo del consuegro de un vecino de la esposa de Pedro Sánchez, que vendió un arpón a un jefe inuit, prevaricando; b) justificará la invasión, a petición de Abogados Cristianos, porque servirá para evangelizar aquella pagana tundra; c) aprobará la incursión por no aplicar el Reino de Dinamarca el art. 155. Reconozco que es bien triste esta invocación permanente al mal menor, esta defensa pálida, sosa, de Perro de Trineo Sánchez. Pero sigo sin encontrar una alternativa, y mira que cada día, desde que sale el sol hasta el ocaso, como dice el Salmo 113, no pienso en otra cosa.
Otra razón es más sustancial: como aquí la política internacional se acabó con el hundimiento de la flota en Santiago de Cuba y las masacres del monte Gurugú, vivimos adecuadamente anestesiados. Esto es: Trump nos parece un tipo estrafalario y paleto. Pero no emplearemos ni un minuto en analizar las causas profundas de su victoria, ni las razones económicas de sus baladronadas ni su capacidad para establecer vínculos emocionales estables con millones de ciudadanos europeos que, quizá, también le consideren de chiste, pero que están dispuestos a comprarle su rabia, su resentimiento, su angustia por ser el más poderoso. Quizá muchos piensen que habrá tiempo de regresar a los buenos modales en las mesas de los palacios europeos. Sólo que, quizá, esa posibilidad no exista. Una última razón: España va externalizando el fútbol y el rey Emérito a dictaduras sarracenas, con lo que tenemos acopio de distracción, desde que sale el sol hasta el ocaso.
No insistiré en el dramatismo: no digo que nos vayan a bombardear los drones de Trump y Putin y como se llame el tipo de Corea del Norte, pero sí que cuatro años, sin una efectiva y clara política de la UE en defensa de sus principios e integridad, pueden dejar una UE tan erosionada, desgastada, que se haya vuelto inservible. Antes de otras consideraciones, piense usted en términos económicos. De eso se trata. Lo que pasa es que nosotros, los europeos, para mantener nuestro buen nivel de vida, necesitamos también ser los promotores de los Derechos Humanos, la igualdad, la cohesión social y la paz.
Mientras, en un pequeño país, el valenciano, en la esquina del mundo, ya hacemos publicidad turística aprovechando la dana. Así somos. Y esta semana ha venido Feijóo, al que no creo que le oigamos muchas cosas de Groenlandia o Panamá. Primero vino, clandestinamente, y preguntó si esto era lo del chapapote. Habiéndosele explicado que no, al parecer ya accedió, al día siguiente, a servir de consuelo y pañuelo al bueno de Mazón, metidos como en pecera, sin atender preguntas de los medios: nada más faltaría que la ciudadanía tuviera derecho a saber algo más que lo que ellos quieran decir. Les da pereza, a ellos casi todo les da pereza. Bien está. Y mejor si comieron en el Ventorro. Con todo, a mi modo de ver, olvidaron dos cosas esenciales: Mazón no le regaló el chaleco ritual y han perdido la ocasión idónea para suplicar a Trump que se haga cargo del desaguisado y comience la invasión por aquí, per a ofrenar noves glories a Amèrica, everybody.
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