Opinión | La pluma y el diván
Sobre el miedo
La oscuridad es el máximo exponente asociado con el miedo, algo que no nos deja ver el peligro que sospechamos que tenemos delante, que provoca escalofríos en nuestro cuerpo y que no somos capaces de controlar.
Desde que nacemos estamos atados a muchos y variados sufrimientos, entre ellos la angustia por lo desconocido, la tensión por las incertidumbres, el desconcierto por las presiones.
En realidad, hablamos del miedo en singular cuando su verdad esconde un amplio plural, los miedos, ya que nadie es capaz de singularizar esta emoción en un solo acontecimiento o en una sola idea que le provoque temor.
Las distintas épocas de nuestra vida van marcando distancias entre unos miedos y otros, y se adaptan a las edades como trajes hechos a medida. Los que perduran al tiempo son los que se enquistan y nos vuelven huraños hacia ellos, temiendo enfrentarnos a su despotismo y queriendo esquivarlos hasta en sueños.
Los niños deambulan entre miedos surrealistas, imaginados, sintiendo verdadero pavor a la puerta del armario, a las sombras, a los ruidos de la noche, a la soledad.
Los adolescentes, tan atrevidos para casi todo, se han de enfrentar a miedos encapuchados, disfrazados de iguales que les asedian y les incitan, miedos a exponerse ante los demás y, sobre todo, al ridículo, algo que no les cabe en su vocabulario y que es capaz de hacerlos temblar únicamente con evocarlo en sus pensamientos frágiles e inmaduros.
Los jóvenes en su pleno apogeo temen el fracaso, el no dar la talla ante las exigencias de la vida, el tener que afrontar sin descanso el día después, miedo a la frustración de no encontrar su camino.
Los adultos que han llegado superando los miedos anteriores a una madurez serena, se enfrentan con miedos escurridizos. Temen a la ley, al jefe, al paro, al quebranto económico, al sexo.
En la vejez todo se concentra, como por arte de magia, en un solo y obsesivo miedo inevitable, el miedo a la muerte.
Lo más asombroso de la naturaleza humana es que somos incapaces de vivir sin miedo. El famoso relato de Juan sin miedo de los hermanos Grimm, lo refleja en toda su extensión.
Luchamos desesperadamente por ser racionales en nuestras acciones y cuando bajamos la guardia un instante, puede alojarse en nosotros la incongruencia y el absurdo para vencernos la partida de la vida.
Ese es el desencanto de quien se sumerge en el miedo irracional, de quien no es capaz de seguir peleando la libertad de sentirse seguro, sobrio ante el miedo, porque todo se convierte en un fantasma para sí mismo.
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