Opinión | Con permiso de mi padre
Pequeños enormes lujos
Lujo es pasear por tu ciudad favorita cuando acaba de amanecer y las calles parecen hechas solo para ti. También lo son los abrazos que te rearman y te recomponen después de un día duro

Pequeños enorme lujos / EFE
Esta semana mi padre, ese señor que no me deja escribir palabrotas en esta columna, cumple 90 años. Soy consciente de la inmensa suerte que tengo de poder contar con él en perfectas condiciones, de disfrutar del tiempo juntos, de aprender de lo que ha vivido. Sé que es un auténtico lujo.
Que no les diría yo que un casoplón a pie de playa o un coche descomunal no lo sean también; desde luego en lo económico, pero, sobre todo, porque lo están pagando con tiempo, aunque no lo piensen. Con su tiempo, el de su vida, con horas, meses o años, horas trabajadas esperando que llegue un viernes, un puente, quince días de verano…
Un bolso de marca, dos semanas de trabajo, un reloj de oro, tres meses de trabajo… Es cierto que cada cual damos valor a unas cosas u otras, a una manera de vivir más cargada de objetos o de momentos, pero cuando hablas con personas de edad ya avanzada, lo que echan en falta no es haber comprado un piso más grande o tener un abrigo de pieles, lo que ahora comprarían si pudieran, es tiempo, sobre todo tiempo para disfrutar con las personas queridas.
Será por esa certeza que los viejos son sabios, no tanto por las experiencias vividas (que también) como porque ya no necesitan aparentar, pelear, discutir… en definitiva, perder tiempo precioso, esperando o buscando lo que ya no ha de volver.
Lujo es comer en un tres estrellas Michelín, desde luego, pero igual o más lujo es estar en un porche en buena compañía, conversándote unas cervezas o viendo llover.
Lujo es tener a quien llamar cuando vuelves de un viaje.
Es encontrar a alguien con quien ser uno mismo. Que nos conozca casi tanto como nosotros y que, a pesar de ello, nos quiera.
Lujo es sentarse a leer un libro en una terraza al lado de un jazmín.
Lujo es pasear por tu ciudad favorita cuando acaba de amanecer y las calles parecen hechas solo para ti.
También lo son los abrazos que te rearman y te recomponen después de un día duro.
Lujo es que te lleguen Christmas de personas que han dedicado tiempo a pensarte.
Lujo es que te duela la barriga de tanto reírte con amigos, aunque sea por tonterías…
Supongo que ustedes tendrán miles de ejemplos más, según sus gustos, incluso el lujo de no hacer nada, simplemente sabiendo que estás y que lates.
Sin duda, lujazo es llegar a los 90, seguir teniendo ganas de todo, que te quieran incondicionalmente y que sientas que ha merecido la pena.
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