Opinión

Mazón o el síndrome del ahogado

Carlos Mazón en una imagen del viernes en Alicante.

Carlos Mazón en una imagen del viernes en Alicante. / Biel Aliño. Efe

 A nadie se le escapa el riesgo que entraña rescatar a alguien que se está ahogando. En su afán por sobrevivir, no reparará en agarrarse a aquello que tenga a mano con tal de mantenerse a flote, aunque ello suponga llevarse en su descenso a las profundidades todo lo que le rodea.

Algo parecido a lo que le está ocurriendo a Carlos Mazón, quien en su desesperada y agónica carrera por salvarse, no duda en disparar a discreción sin percatarse de que los objetivos dicen mucho de quien está apretando el gatillo.

Dar la “enhorabuena” al pueblo de Gaza después de quince meses (y los que queden) soportando una masacre que se ha cobrado más de 45.000 vidas (mayoritariamente de población civil, muchos de ellos niños), provoca la náusea.

Y cuando además se constata que el motivo de tamaña barbaridad se apoya en una afirmación falsa (la de las ayudas que ha recibido Gaza de España en comparación con las que el Gobierno ha destinado a los afectados por esa dana que ha dejado al descubierto todas las carencias del jefe del Consell), solo lleva a concluir que, aunque parezca imposible, siempre se puede caer más bajo.

Pero, con todo, lo realmente preocupante no son las salidas de tono del inquilino del Palau (tantas y de tal calibre que solo se explican si ese noqueo del que habla Feijóo es consustancial al sujeto), sino el desprestigio que con ellas, y en su ansia por no hundirse aún más, está infligiendo a una institución, la Generalitat, que no se merece ni, por supuesto, se debería permitir. Máxime si el responsable de ese descrédito es quien está a su frente.

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