Opinión | El ocaso de los dioses

Don Álvaro o la fuerza del sino de Don Pedro

Don Álvaro o la fuerza del sino de Don Pedro

Don Álvaro o la fuerza del sino de Don Pedro / Elisa Martínez

A estas alturas de romanticismo tardofranquista en la que nos hemos visto envueltos por mor de las pompas fúnebres que Sánchez está celebrando por la muerte de Franco, no cabe otra opción que entregarse al metafórico suicidio mediante duelo a pistola con Pushkin, Larra, Espronceda, Byron o Leopardi -todos ellos mejores tiradores que ustedes dos-, o refugiarse en el siempre narcotizante nihilismo que proporciona la nostalgia. Y digo esto porque convendrán conmigo en la fuerza del desolador sino que abate a los españoles desde que Zapatero reescribió la deriva del PSOE y Sánchez la culmina escribiendo una de las páginas más lóbregas de nuestra doncel democracia. Antes de que disparen sus armas al corazón del articulista –más ducho en florete que en pistola–, hablen un momento con sus padrinos de duelo y pregúnteles si es normal lo que está ocurriendo en España. Porque quizá, al escuchar las respuestas, se abstengan de apretar el gatillo. Póngase espalda contra espalda, levanten sus armas (las del duelo), cuenten los pasos, vuelvan la cara, mírense y… vean.

¿Cuántos países conocen de la Europa democrática y desarrollada que tengan investigada por un juez (validado luego por la Audiencia Provincial) a la mujer del presidente del Gobierno en presuntos casos de corrupción en los negocios, tráfico de influencias, intrusismo profesional y apropiación indebida? Siendo ello así, que lo es, y como ejemplar comportamiento de Begoña, esposa del Huido, para con la ciudadanía y la higiene democrática dada su preeminente y privilegiada posición, ¿qué debería hacer la persona investigada: colaborar con la justicia contestando a las preguntas del juez o negarse a declarar? En efecto, Begoña, para colaborar sin reservas y dar ejemplo al huérfano populacho, se negó a declarar. ¿Qué creen ustedes que habría pasado en Alemania en un caso idéntico? Correcto. Me too.

¿Cuántos países conocen de la Europa democrática y desarrollada que tengan investigado en el Supremo por presuntos casos de corrupción al que fuera omnipresente, cuasi omnisciente y obsecuente ministro plenipotenciario, mano derecha del presidente del Gobierno (el Huido), además de ser entonces secretario de Organización del partido en el poder, el que reparte entre los feligreses hambrientos los panes y los peces? Es el mismo pescador que encontró a su hombre de confianza, exguardia de puticlub, para que todo el Gobierno confiara tranquilamente en los dos. Un hombre, por cierto, que al cesarlo es nuevamente designado en las listas del partido para que pueda seguir como diputado y guardar el privilegio del aforamiento. Y siendo ello así, que lo es, ¿qué creen ustedes que habría pasado con ese ministro, secretario y diputado, con ese Gobierno, en Dinamarca? Correcto. Me too.

¿Cuántos países conocen de la Europa democrática y desarrollada que tengan investigado por una juez (validado luego por la Audiencia Provincial) al hermano del presidente del Gobierno –sí, el mismo de antes y de antes– por presuntos delitos contra la Hacienda Pública, prevaricación, tráfico de influencias y malversación? Un hombre que cobra de la Diputación de Badajoz pero que, para hacer más estética, ética y ejemplar su conducta, su condición de hermanísimo, decide establecer su domicilio fiscal en la ciudad portuguesa de Elvas (como hacen todos los españoles y las españolas). Es el mismo hombre que le dice a la juez, sin ruborizarse en extremo, pero extremadamente dubitativo, que encontró ese trabajo buceando a pulmón libre en las procelosas aguas de internet. Y siendo ello así, que lo es, ¿qué creen que habría pasado con ese escurridizo hermanísimo, con ese Gobierno, en Suecia, por ejemplo? Correcto. Me too.

¿Cuántos países conocen de la Europa democrática y desarrollada que tengan investigados por el Tribunal Supremo al fiscal general del Estado, don Álvaro, al número dos de la Secretaría Técnica de la Fiscalía General del Estado y a la fiscal jefe de la Audiencia Provincial de Madrid, por un presunto delito de revelación de secretos concernientes al novio de la presienta de la Comunidad de Madrid, una rival política archienemiga, patológicamente envidiada y némesis canónica, enfermiza, de don Pedro Huido de la Dana y de todos sus gobiernos? ¿Es posible que el fiscal general, garante y defensor de la legalidad, no haya dimitido y esté presente en el procedimiento penal abierto en el Supremo (antes ya vio indicios el TSJ de Madrid) la Fiscalía que sigue dirigiendo el fiscal investigado sin que ello cause el más mínimo rubor ético y estético? ¿Es normal que un fiscal general borre, presuntamente, los datos de su móvil referidos a los días que investiga el Supremo? ¿No supone todo esto un síntoma de grave deterioro, de desconcierto democrático en la confianza que la ciudadanía debería tener para con el Ministerio Fiscal, con los más de 2.600 fiscales que trabajan todos los días impulsando la acción de la justicia en defensa de la legalidad y a los que reitero mi consideración y respeto? Y siendo ello así, que lo es, ¿qué creen que habría pasado con ese fiscal general, con ese Gobierno, en los Países Bajos, por ejemplo? Correcto. Me too.

¿Y qué creen que pasaría en los países democráticos europeos si ante estos casos investigados por juzgados y el Tribunal Supremo, el presidente del Gobierno, sus ministros y ministras, sus socios de gobierno, hablaran de una justicia y unos jueces fascistas, de extrema derecha? ¿De una prensa emponzoñada en el fango de la fachosfera? ¿De unas acusaciones particulares de ultraderecha (una de ellas llevó al banquillo al yerno del rey Juan Carlos con gran aplauso y circunspección de los mismos que hoy apostatan de ella), y de una confabulación fascista de los antidemócratas para erosionar al presidente del Gobierno? Correcto. Me too.

En ese irrespirable clima de ausencias éticas, valores morales y vergüenza; en año de pompa y circunstancias fúnebres, conviene hacer memoria. «No creemos en la democracia…; tampoco creemos en la libertad», (Ginebra, 1934). «Si triunfan las derechas… tendremos que ir a la Guerra Civil…» (El Liberal, 20 de enero de 1936). ¿La fachosfera, la extrema derecha? No, Largo Caballero, cuya egregia estatua, en memoria de la Memoria, corona la peana situada en los Nuevos Ministerios de la Castellana de Madrid. «Soy un enviado del infierno, soy un demonio exterminador». ¿La extrema derecha de nuevo? No, el final de don Álvaro o la fuerza del sino, don Pedro. A más ver.

Tracking Pixel Contents