Demasiada opinión

El debate sobre la inmigración, los migrantes, en definitiva, la llegada de personas extranjeras a nuestras ciudades es estéril desde cualquier punto de vista personal. Da igual lo que yo piense o lo que piense mi vecino, porque partimos de ideas vagas, inconcretas y, seguramente, politizadas en exceso.

Cuando nos preguntan nuestra opinión habla nuestra ideología en nuestro nombre y lo hace tirando de argumentario -diametralmente opuesto- en función de si somos de derechas o de izquierdas. Reducimos a las personas migrantes a eso, a un posicionamiento político que nos afecta, en la mayoría de los casos, de lejos.

La cuestión es que lo que yo piense o piense mi vecino puede llegar a transformarse en lo contrario cuando esas personas migrantes deben ser acogidas en nuestra ciudad. La emergencia decretada ya hace un año, a raíz de los rescates de cayucos en las Islas Canarias, obliga a un reparto de personas en situación de vulnerabilidad por toda la península.

Reparto de personas. La terminología también debería humanizarse.

Se trata de un sorteo cruel para el que muchos municipios no quieren papeletas.

Pero no siempre es racismo.

Gestionar la llegada, acoger y acompañar a las personas migradas y refugiadas, atenderles debidamente, es un problema, no una bendición. Y también una emergencia que no puede desatenderse.

De nada sirve que esas personas se repartan por toda la geografía como cromos si los municipios que las acogen no tienen ni la capacidad ni los recursos para atender sus necesidades básicas. Presuponiendo la voluntad.

Sin medios la inmigración genera rechazo, posicionamientos antagónicos y demasiada opinión. La mía, la de mi vecino, la de los comerciantes y la de las oenegés locales. La de los políticos y la de los periodistas. La de los jóvenes y la de los mayores.

Nunca hubo tanta opinión en torno a un tema.

Nunca la opinión ha servido para encontrar soluciones a asuntos complejos.

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