Opinión | El palique

Siestones diplomáticos

El ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares

El ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares / Carlos Luján - Europa Press

Varios embajadores se quedaron dormidos el otro día en un discurso del ministro José Manuel Albares. La noticia viene en la prensa e incluso hay algún vídeo: hay una convención anual en Madrid de embajadores de España en el extranjero. A ellos, ciento y pico, en un salón de actos, se dirigió José Manuel Albares y se ve cómo algunos pegan cabezadas. Glorioso.

Supongo que están recién llegados de remotos destinos. O que la noche en Madrid es la noche en Madrid y si uno, pongamos por caso, lleva diez años en Kenia y llega a Madrid y se junta con compañeros de promoción, pues no se va a dormir. Quizás el embajador en Japón los llevó a un karaoke. O el de Inglaterra a un pub o el de Rusia a beber vodka. O a lo mejor todos están hartos de costumbres foráneas y se fueron a comer cocido y callos o chistorra y torreznos con vino de Rioja y llegaron por la mañana descangallaos, cansados, ahítos, con sueño. Y pesadez. Albares es un somnífero. O tal vez su discurso es la alocución perfecta de un diplomático: no dice nada ni molesta a nadie. Con tono tan monocorde que incita al sueño. Albares es un piquito de oro a la inversa.

Qué manía tienen los países con no enviar un embajador a la inopia. Un embajador tiene mejor pasaporte a los sueños. Henry Wotton decía que "un diplomático es una persona enviada al extranjero para mentir por el bien de su país". La frase la he tomado de un libro de Inocencio Arias de título muy significativo: "Yo siempre creí que todos los diplomáticos eran unos mamones", editado por Plaza y Janés hace unos años. Unos mamones y unos dormilones, habría que añadir. Un embajador cansado es un país que baja la guardia. O que tiene conexiones aéreas lentas y lastimosas. En ese cónclave de embajadores falta café y sobra rollo. Quizás el embajador en Colombia es el único que había tomado café de calidad.

Hay quien cree que la raya diplomática no es un concepto textil pero se ve que los embajadores llegaron al evento ayunos de estupefacientes o euforizantes. De entusiasmo, incluso. Albares iba a impartirles doctrina pero los indujo al sueño, tal vez sueños de grandeza, sueños de regentar una embajada de primer nivel o sueños de regresar a España. Un diplomático habla con el mismo tono elegante de la castración de cerdos en Soria que de las tendencias en bufandas femeninas en el Valle del Loira; sin embargo, el número uno de la diplomacia, Albares, cambia de registro: unas veces aburre a las ovejas y otras a los diplomáticos. Y todo, antes de la hora de la siesta.

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