Opinión
Ventilar el canon

La poeta Gloria Fuertes. / ARCHIVO
«Servir coño» quizá sea una de las expresiones más utilizadas en el lenguaje coloquial por los jóvenes que se presentarán a la próxima PAU. Dícese de aquella persona que, en acto de empoderamiento y rebeldía, decide poner las cartas sobre la mesa a modo de «zasca» en un asunto determinado. Ese «coño», al contrario que el «coñazo», siempre tiene carga positiva e incide en que quien lo «sirve» gana la batalla dialéctica que se está llevando a cabo.
Cuando pienso en esta expresión siempre me acuerdo de Gloria Fuertes y del día en que preguntó a Camilo José Cela cuándo se iba a incluir la palabra «coño» en la RAE. La anécdota tuvo lugar en el programa Su turno, presentado por Jesús Hermida, en 1983, y la respuesta del Nobel fue que ya lo había pedido y, muy probablemente, saldría adelante en la siguiente edición del diccionario. La decisión de que esta palabra fuera aceptada se tomó por una mayoría de hombres: la misma mayoría que hoy sigue valorando qué es merecedor de estudio para los jóvenes que, si vieran el vídeo del momento, podrían afirmar sin duda que Gloria Fuertes sirvió de forma elegante aquello que exigía incluir en la RAE.
Muchos podrán seguir lanzando ediciones y antologías de mujeres, desde el Siglo de Oro al XXI, siendo esta una muy buena decisión de mercado: las editoriales han dado con la gallina de los huevos de oro en la obra de mujeres que fueron injustamente ignoradas y que ahora suponen un sinfín de nuevas y jugosas publicaciones que no solo se venden, sino que también se leen. Sin embargo, los verdaderos «aliados» no serán los que se limiten a prologar nuevas recopilaciones, sino los que se atrevan a poner en duda un canon literario falsamente universal y vean dignas de examen y del conocimiento de las generaciones que llegan los versos que, como dirían los mismos «GZ», «sirven coño»: desde el Hombres necios que acusáis de Sor Juana Inés hasta aquellos en los que la propia Gloria Fuertes se retrataba como lo que fue, una de nuestras grandes poetas, estudiada con admiración más allá del charco. Una única escritora en un listado que enseña a los alumnos a quién merece la pena escuchar es toda una declaración machista. Para más párrafos daría cuestionarse el verdadero objeto de los currículos de lengua y literatura, en los que no parece primar el objetivo de inculcar pasión y curiosidad por los textos que «sirvieron», sino el de perpetuar un canon que ya urge empezar a ventilar.
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