Opinión | Tribuna

Los inconscientes amazónicos del aquí y el ahora

Los inconscientes amazónicos  del aquí y el ahora.

Los inconscientes amazónicos del aquí y el ahora.

Hace unos días nos llegaron a la librería, por error del mensajero, unos paquetes dirigidos a una vecina nuestra, alguien que vive en la plaza donde está Ali i Truc. El mensajero vio que se trataba de paquetes de Casa del Libro, vio también en la dirección el nombre de la plaza, y para él fue blanco y en botella: eran libros para Ali i Truc. Alguna colega nuestra también se ha visto en alguna situación similar: que la mensajera le entregue por error un paquete de "esa empresa amazónica de la que usted me habla", paquete con libro que ella tiene en su librería, para alguien que vive en su calle. Habrá quien ante este hecho se fije en el dedo de la falta de atención lectora de los mensajeros, en lugar de fijarse en la Luna de que tenemos por vecinos, conciudadanas, a inconscientes para quienes construir y mantener el tejido social, ayudar a quienes tienes más cerca, se la trae al pairo.

¿Y todo esto para qué? Pues para ahorrarse un par de eurillos a lo sumo (porque el descuento que pueden hacer esas empresas que pretenden comer la merienda a las librerías en particular y a todo el pequeño comercio en particular no puede ser mayor del 5 %, así que, con el precio medio de un libro en la actualidad en esas empresas, no te ahorras ni 1,50 euros de media). Sin embargo, en esta inmediatez en la que vivimos donde manda el mercado, amigo, somos incapaces de percatarnos del sobrecoste que, a la larga, tienen estas acciones de quererlo todo aquí y ahora: gasto en papel y plástico para cada paquetito individual, gasto en energía (sea combustible fósil o consumo eléctrico) del vehículo que ha de llegar a la puerta de tu casa; gasto en tiempo para el resto del tráfico porque hay furgones azules con sonrisa hipócrita, pertenecientes a un tipo que dora la píldora al Gran Patán Americano, dando vueltas por la ciudad buscando la puerta de cada una de esas personas que quieren su producto aquí y ahora. Personas que seguramente luego se extrañarán de que cierren los comercios del barrio y que, por tanto, ya nadie pasee de compras por sus calles y éstas se vuelvan más hostiles; personas a las que les parezcan horribles las consecuencias del exceso de contaminación en forma de residuos y gases de efecto invernadero, necesarios para producir todo ese exceso de transporte y envoltorios; personas a las que les parecerá fatal en el futuro que paguemos mayores impuestos para arreglar lo que ahora ellas mismas están estropeando con ese gesto tan individual, libre, soberano e irresponsable de hacer un clic en su app.

En esta ley de la selva (amazónica) con la que hay quien tanto comulga, resulta que esa misma gente que adula a los grandes criptobros y los machos alfa de la tecnoesfera no son conscientes de su propia pequeñez, de que son hormigas feas e indefensas frente al hermoso oso hormiguero que se las come tan ricamente, expuestas también al albur de la sierra mecánica de quien quiere convertir su parcela de selva en la nueva Riviera a la que, por más que se autoengañen, no están invitados. Solo haciendo tejido social, confiando en los comercios del barrio que, además luego colaboramos con academias de FP, con rifas en centros educativos, haciendo descuentos a lo que nos compran esos mismos centros (los equipos directivos, por cierto, deberían ser también más conscientes de la cuestión que se trata en esta columna), ponemos nuestro granito en cohetes y palmeras para la Nit de l’Albà, etc; solo así, decía, podremos tener calles, barrios y ciudades no exclusivamente residenciales donde todo se resuma a movimiento de coches al centro comercial y de furgones de reparto individual.

En las manos de cada una de las personas que leéis estas líneas, que os acercáis a un periódico de proximidad para estar al tanto de lo que pasa y lo que se opina en la contornà, depende que los peces grandes de este vasto océano, que los animales más feroces de esta selva, no se nos merienden impunemente sin que nos demos cuenta de que, de repente un día, nos robaron nuestras calles y nuestras relaciones de proximidad. Servidor de ustedes disfruta en el camino desde la librería a casa charlando con, o saludando a, tenderos, dependientas, colegas, camareros o cocineras y otros conciudadanos, autónomas o empleados, de los negocios que jalonan mi recorrido diario, el paisaje más cercano y punto de referencia de nuestro día a día. Lo disfrutaba cuando viví en València, intenté reproducir algo similar en los barrios de mi etapa madrileña, y no os perdonaría que lo echáramos a perder en Elche, Alicante, o donde quiera que me leáis.

Así que cada vez que el clic os tiente, cada ocasión en la que os creen la necesidad inmediata de tener algo que seguramente puede esperar, parad un momento, domesticad esa ansia, dominad a las lucecitas brillantes que os quieren domeñar al otro lado de la pantalla y utilizad ese mismo dispositivo para hacer el bien: seguro que vais a encontrar dónde comprarlo mañana o la semana que viene en vuestra ciudad, o en la de al lado. Y haced como hacían nuestras abuelas y abuelos: os ponéis monas o pintones, y bajáis a la calle a que vuestro dinero se quede en el barrio o la comarca. Tened la certeza de que regresará tarde o temprano a vuestros bolsillos incrementado por el efecto multiplicador de la economía de proximidad.

Y en la próxima, hablaremos de la "Literatura de proximidad".

Tracking Pixel Contents