Opinión | VENGA, CIRCULE

«Not Like Us»

Con el paso del tiempo ya ni me esfuerzo en camuflar según qué cosas, no sé mentir, no sé actuar

Actuación de Kendrick Lamar en la Super Bowl de este año

Actuación de Kendrick Lamar en la Super Bowl de este año / AP

A cuántas personas no habré marcado en estos años míos con el símbolo apenas visible de la enemistad. No lo hago adrede, sucede solo. Algunas se lo merecían, otras no; muy pocas han sido conscientes de la línea de plata que pasó a dividirnos, el rictus en la esquina de la boca en una sonrisa forzada, la animadversión profunda e inescapable maquillada de aire tranquilo o de fatiga. Son cosas tuyas, no me pasa nada.

Con el paso del tiempo ya ni me esfuerzo en camuflar según qué cosas, no sé mentir, no sé actuar. Una vez herida, el resentimiento me produce un rechazo físico extremo ante la presencia del otro. Habría que estudiar la química y la física del desencanto, a veces una respiración más alta que la siguiente desbarata años de tímidos intentos de relaciones diplomáticas. Quizá lo peor sea eso, el carácter en ocasiones injustificado de la sensación que desata la antipatía. No conozco a nadie a quien no le entretenga de vez en cuando el gustirrillo de tener un enemigo. O una enemiga. Yo tengo varios, me parece de lo más sano mantener batallas unilaterales con personas que quizá no son conscientes ni de nuestra existencia.

Mi némesis del trabajo y mi némesis del gimnasio, el de la oficina de Correos y la del supermercado de la esquina. En todo lo relacionado con las manías y las antipatías la naturaleza humana no discrimina. Pocas cosas estructuran tanto la rutina como el consuelo de contar con una diana que detestar sin mesura, con la que obsesionarse en el peor sentido de la palabra y sobre la que verter, ya sea en una guerra imaginaria o en una batalla real, gran parte de nuestras frustraciones y malos deseos. Mi némesis del colegio y mi némesis del instituto. Las sigo detestando a las dos, pero es un odio atenuado, levísimo, consiste sobre todo en no desearles nada bueno en la vida cuando sus rostros o sus nombres me vienen a la cabeza. Es esta una de mis palabras favoritas, némesis.

He llegado a odiar con toda mi alma el sonido que hacían los zapatos de una persona en el suelo, su tono de voz y la manera en la que pronunciaba mi nombre, por suerte o desgracia sé de lo que hablo. Me expresaba hace poco un conocido su sorpresa al ver que Kendrick Lamar había dedicado varios minutos de su espectáculo en la pausa de la Super Bowl -una de esas oportunidades únicas en la vida que solo se dan a un número muy reducido de artistas- a su feudo con Drake. Le supo muy mal, siguió explicando, ver a uno de sus raperos favoritos portarse así, como un niño. Pero si precisamente todos los raperos son como niños, dije. Visten como niños, se insultan como niños, se quejan de la vida callejera como niños, agradecen su éxito a sus madres como niños. Si algo caracteriza la historia de este género son los insultos y las peleas de raperos contra otros raperos. A 50 Cent le metieron nueve tiros por la espalda en la puerta de su casa, por ejemplo. A mí lo que me sorprendió fue su incomprensión inocente, su sorpresa. Terminé entendiendo por qué se lo había tomado así al cabo de unos días. Era evidente que nunca había experimentado aquel tipo tan agudo de aversión, una inquina que termina consumiendo tanto al portador que solo es saciada con la humillación pública del enemigo.

Uno se intenta resistir a la tirria que el otro le provoca, pero cuanto más lucha más se lo traga esta y al final se encuentra a sí mismo escribiendo «tryna strike a chord and it’s probably A-Minor», cantando la canción, haciendo partícipes a sus fans de su opinión sobre otra persona y consiguiendo que mundo entero se entere de que a Drake le gusta rodearse de niñas menores de edad con oscuras intenciones (algo que también es muy común en el mundo del rap). No solo eso, sino que Drake ha visto cómo millones de personas en todo el mundo han coreado los versos y han repetido «tryna strike a chord and it’s probably A-Minor» a la misma vez que Lamar. ¿Acaso no se cimenta la práctica totalidad de la historia de la humanidad en el conflicto? Satán y Adán, Abel y Caín, Ana Rosa Quintana y el concepto de la bondad o el de la verdad. Ojalá supiera yo rapear.

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