Opinión | El teleadicto

Volver a la tertulia

Fernando Fernán Gómez, en su domicilio.

Fernando Fernán Gómez, en su domicilio.

Comparecía Fernando Fernán Gómez en un decorado que aparentaba ser su casa. El timbre sonaba una y otra vez, y representantes conocidos de la sociedad española del momento iban incorporándose a los corrillos. En cada una de las entregas de Tertulia con (1981) podían reunirse hasta siete amigos y conocidos de FFG en torno a su mesa. Las conversaciones eran tan variopintas como la fauna urbana que se paseaba por el recibidor y ese salón de pega. Pero no todo teatro en aquel decorado porque cuando los tertulianos entraban en harina allí era posible la conversación pausada y enriquecedora. Los que sabían de un tema, hablaban, y los que no (como le sucedió a Paquita Rico en el primer programa) callaban y escuchaban con atención a los demás oradores, aplicando la máxima de que en boca cerrada no entran moscas y que siempre se puede aprender algo nuevo.

De hecho, los espectadores ochenteros no nos acostábamos la noche del domingo sin saber una cosa más. O dos o tres o media docena. Porque las tertulias se emitían justo a la caída de la tarde dominical. El resultado no se ha vuelto a repetir, quizá porque ya no ha habido nadie con el carisma de FFG. O porque TVE no ha tenido la audacia de encargarle a nadie más una tarea semejante (miedo nos da la recuperación de una mímesis de Sálvame en La 1).

Ver hoy Tertulia con supone viajar al túnel del tiempo con la certeza de que cualquier tiempo pasado, en cuestiones conversacionales, fue mejor, y sabedores de que ya no será posible regresar a esos corrillos donde la ciencia, la filosofía, los libros o la música se convertían en el verdadero centro de la reunión. Amén de que se practicaba el arte de la escucha porque los que hablaban tenían algo interesante que decir. Curiosamente, solían hacerlo en las antípodas de la pedantería y la pose de La clave.

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