Opinión | Cine | Crítica

Cumbre de egos

Tardes de soledad.

Tardes de soledad.

A tención a esta cumbre de egos entre artistas. Uno, maestro en el arte de la lidia. El otro, en el audiovisual. El "enfant terrible" Albert Serra convenció a Andrés Roca Rey para realizar una película a su mayor gloria, a lo que este accedió. El resultado, Tardes de soledad, es una larguísima y a veces desesperante mirada al mundo de la tauromaquia cuya mayor novedad es que concede un valor supremo al audio, sobre todo de la cuadrilla.

Tardes de soledad no es inocente del todo, puesto que el cineasta interviene constantemente sobre su película. De entrada, en los créditos iniciales, imprime una música incidental extradiegética que nos predispone a ver una de terror. Después, desliza música clásica a discreción.

Parece que el propio Roca Rey no quedó contento con el resultado del experimento. Los que sí retozan en él como niños entusiasmados son los jurados de festivales y críticos de toda condición. Diríase que ninguno de ellos tuvo la ocasión de ver ni una sola de las corridas ofrecidas por el fenecido Canal Toros, cuyas cámaras se acercaban al animal y al diestro tanto como lo hace Serra, que ningunea al público. Si no fuera porque algunos locutores de aquellas narraban la lidia como si fuese una final de la Champions, los resultados no son tan distantes.

Con tal de que Albert Serra continúe descubriendo América, propongo que se adentre en las fiestas de este país tirando de catálogo de la obra de doña Cristina García Rodero. ¿Qué tal una con los costaleros de Semana Santa debajo del paso? Él me entenderá.

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