Opinión | La pluma y el diván

Atención saturada

Atención saturada

Atención saturada

La atención nos traiciona en demasiadas ocasiones truncando la posibilidad de triunfar en las distancias cortas. Somos demasiado limitados a la hora de recoger información del exterior, del interior ni hablamos, y por mucho que nos esforcemos en prestar atención selectiva a dos conversaciones al unísono nos quedamos con trozos de una y otra o, finalmente, acabamos atendiendo a la que nos resulta más atractiva.

Sabemos positivamente que para alcanzar un buen rendimiento en cualquier ejecución es imprescindible que nuestra atención esté orientada y concentrada. Para conseguirlo necesitamos aumentar al máximo los niveles de motivación por la tarea que estamos realizando y disminuir al mínimo la dispersión. Aquí es donde entran en juego los factores que van a salpicar de problemas el cumplimiento de nuestras funciones y responsabilidades cotidianas, al estar cuajado el ambiente de miles de estímulos que llegan a apabullarnos de tal manera que somos incapaces de rendir óptimamente como sería nuestra intención.

Durante las horas de trabajo tenemos que luchar como jabatos por no desviarnos en nuestros cometidos por el bombardeo de posibles interrupciones a las que somos sometidos. Suena el teléfono y atendemos la llamada, al mismo tiempo suena el móvil y tenemos que estar pendientes de quién es el que no podemos atender. En ese mismo momento estábamos enviando un correo electrónico importante que lo damos por enviado al haber sido interrumpidos por las llamadas y haber coincidido que entraba otro correo más importante que el anterior.

Pero llaman a la puerta de nuestro despacho y aparece una visita no programada que debemos atender y cerramos la conversación telefónica sin haber prestado la suficiente atención a los pormenores del asunto que estábamos tratando.

Mientras estamos con la visita, llaman de nuevo al teléfono móvil, que prudentemente apagamos, entran varios correos electrónicos nuevos que el ordenador se encarga de avisarnos y, acto seguido, se activa la alarma de nuestra agenda electrónica avisándonos de una nueva actividad.

¡Vamos!, un desastre estimular que nuestro pobre cerebrito es absolutamente incapaz de procesar. Para volver a casa, nos acomodamos en nuestro flamante automóvil de última generación, que se encarga de avisarnos que no nos hemos puesto el cinturón de seguridad. Se activa el GPS, el dispositivo de manos libres del teléfono móvil y el sofisticado sistema de audio musical. Y le sumamos además todos los estímulos externos al vehículo, gente pasando, semáforos, coches que tocan la bocina, señales visuales, luces de frenos, vallas anunciadoras y un interminable número de estímulos que vuelven a hacer imposible que nuestro cerebro responda con autonomía, concentración y eficacia.

Al llegar al dulce y sosegado hogar el apabullamiento estimular continúa, pero ya estamos exhaustos y nos vamos a dormir plácidamente. Mañana será otro día.

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