Opinión | Tribuna
Fiesta y maravillas

Manuel Gutiérrez Aragón y Pablo Más, durante el rodaje en Santa María. / INFORMACIÓN
La primera vez que oí a Pablo Más Serrano hablar de una nueva película sobre el Misteri d’Elx pensé en las palabras de Manuel Gutiérrez Aragón cuando recibió el homenaje y la Palmera de Plata del Festival Internacional de Cine Independiente de Elche en 2004 y afirmó que nunca sería capaz de filmar La Festa porque era imposible de abarcar, a la vez que confesaba su predilección por la representación, a la que se había convertido en un asiduo espectador, una pasión que se ha plasmado -por contradictorio que parezca- en una película que se acaba de estrenar fuera de concurso en el Festival de Málaga. Embarcado por el entusiasmo de mi amigo Pablo en este proyecto, me resultó sorprendente que el cineasta cántabro pudiera aceptar tal empresa cuando recibió la solicitud de ayuda del discípulo que conocía desde que trabajó como meritorio de producción en «El caballero don Quijote» en 2002, pero sabíamos que era el cineasta perfecto junto a Pablo por su aproximación cinematográfica a la Semana Santa sevillana y a la cantidad de elementos mágicos que envuelven algunas muestras de fe en sus películas.

Un fotograma del filme sobre el Misteri d'Elx. / INFORMACIÓN
El público que asistió al estreno de la película el pasado domingo 16 de marzo en Málaga lo certificó. De hecho, el presentador y moderador del coloquio posterior, el crítico e historiador Casimiro Torreiro, mostró su entusiasmo por la idea que recorre la película desde sus imágenes iniciales hasta los créditos finales, en el uso inequívoco del lenguaje cinematográfico por encima del lenguaje meramente informativo. Porque Gutiérrez Aragón y Más Serrano no han hecho de La Festa una película, sino que han hecho una película sobre una circunstancia extraordinaria que sucede en Elche año tras año desde hace cinco siglos, que sucedía mientras filmaban la película y volvió a suceder mientras la retocaban, y que va a volver a suceder de nuevo este año, cuando la película ya se haya estrenado, y es que el pueblo, a pesar de la evolución inevitable de la sociedad, hace fiesta de un rito que tiene la muerte en su núcleo central.

Los directores con el moderador del coloquio, Casimiro Torreiro, en Málaga. / INFORMACIÓN
Los directores han actualizado las pretensiones de los cineastas anteriores que han puesto su mirada en el Misteri. Aunque el homenaje a la película que rodó Gudie Lawaetz en 1978 es evidente con la utilización de la palmera de la Mare de Déu en la Nit de l’Albà para marcar el paso del tiempo, le dan el sentido inverso: la palmera no se recoge para retroceder narrativamente y contar cómo prepara el pueblo una celebración de raíces medievales que había sobrevivido aislada de «la nefasta influencia del mundo civilizado», como ella misma calificó, sino que ahora hacen volver la palmera al campanario, a la basílica, para que el rito vuelva a comenzar.
Como a José María Berzosa, que estaba interesado por el contexto sociológico y humano de «un grupo de gentes que tienen su oficio y luego, unos días, viven los papeles bíblicos como lo hacen aquí», a este tándem le preocupa, sin entrar en juicios, pero exponiendo los retos a los que se enfrenta La Festa en el siglo XXI, su desarrollo particular dentro de una sociedad que se ha transformado desde aquella sociedad franquista que se encontró en 1972 el cineasta manchego exiliado en París, conmocionado por la naturalidad en que en Elche se acepta lo maravilloso, lo sagrado del cometido de esos hombres que llevan a cabo la representación entre los hechos cotidianos de su vida.
Los hombres, ahí está la clave de esta nueva película. A las mujeres, al contrario de los documentales anteriores, por fin las vemos y las oímos, hablan, explican el Misteri, como las profesoras Àngela Girona y Asunción Tormo, y se explican a ellas mismas, como las trenzadoras de palma blanca, y se sinceran, sobre todo la más joven, acerca de las oportunidades perdidas frente a la supremacía masculina en el rito. La pantalla sobre la que se proyectó en Málaga la película de Gutiérrez Aragón y Más Serrano funcionó como un encuadre en que no vemos más que una parte de la realidad, y no como un cuadro que contenga por entero la realidad, como decía André Bazin. Para ello es fundamental la labor en la sala de montaje. Esta película es el ejemplo de lo que el propio Gutiérrez Aragón en la compilación «En busca de la escritura fílmica» (edición de José Luis Sánchez Noriega, Ediciones Cátedra, 2024) afirma sobre el montador que, «más que ningún miembro del equipo, es el otro director».
El espectador se da de bruces con la realidad en una confrontación certera entre dos secuencias que escribieron previamente los guionistas, rodaron los directores y el montador posteriormente las señala al espectador de manera muy clara: las profesoras animan a sus alumnos y alumnas a realizar en el instituto una cápsula de tiempo, en forma de Mangrana en la que, como en el Misteri, cada participante deje su impronta para las generaciones futuras. La elegida para clavar la tapa hasta la eternidad es una chica. Cuando la película abandona el aula y se adentra en el templo y en los preparativos de la representación vemos la silueta de otra chica en una de las ventanas del cimborrio trabajando junto a sus compañeros tramoyistas por subir el lienzo que oculta la cúpula. La hemos visto por primera vez en un ámbito ocupado mayoritariamente por hombres, cuyas cabezas y torsos veremos más tarde asomar por las puertas del cielo en una imagen inédita hasta ahora, por la situación de la cámara, pero que dialoga con las imágenes que la anteceden, y nos asombra.
A partir de ese momento, la clave femenina sobrevolará la película como lo hace el lienzo en el crucero hasta que llega a su posición para la fiesta, sin embargo no de forma que oculte la cúpula o el futuro sino anticipándose al tiempo que está por venir, llevando a través de la imagen cinematográfica el pasado hacia la incerteza. Ocurre en esa escena tan íntima que se vive dentro del cadafal cuando el niño tiene que abandonar su papel de María y aparece un tramoyista, un hombre, para ayudarle, una escena que puede remitir a esa maravillosa y angustiosa película que es «Tardes de soledad» de Albert Serra, y que no hace otra cosa que preguntarse, como ésta, por lo atrayente en la actualidad de ritos atávicos que parecen suceder fuera del tiempo.
El pasado no inquieta a los directores, conviene distanciarse. Y así lo comenta el locutor ─y apóstol en su papel en La Festa (duplicidad natural que se destaca en la película, como alguna más, ese es el caso del Mestre Vila)─ Juan Carlos Romero, cuando informa del balance de la Nit de l’Albà, que ya nada tiene que ver con las nefastas noticias que ocupaban portadas de periódicos. La ciudad y el Misteri ya no son lo que descubrieron las cámaras de Berzosa y Lawaetz. De hecho, la película de la directora se estrenó en un cine que acaba de ser demolido ante la insensibilidad de la sociedad ilicitana, el Capitolio, coliseo para el esparcimiento de la burguesía del siglo XX, repudiado en el nuevo siglo por sus herederos. La película de Gutiérrez Aragón y Más Serrano se estrena en Elche el 20 de marzo en el Gran Teatre, a punto de cumplir 125 años ─el día 24─, emblema popular de la cultura en la ciudad, a pesar de que aún no ha sido declarado BIC (y, por tanto, puede tener en algún momento el final del Capitolio). Una oportunidad de ver cine en un espacio que ya no proyecta películas, salvo excepciones especiales, y que paradójicamente nos recuerda cómo era un templo de la cinematografía. Tampoco existe ya el recuerdo del cine Ideal, donde la película de Lawaetz se proyectó después, y cuyo testigo recoge ahora el cine Odeón, que proyectará la nueva película la primera semana de abril.
Al público que vaya a verla a una u otra pantalla hay que advertirle: «La Festa» no es La Festa, es cine. Gutiérrez Aragón ya había advertido de la dificultad que encierra la propia naturaleza del Misteri para trasladarlo en su totalidad a una pantalla. En «La Festa» se ha aplicado un criterio similar a Marcel Hanoun cuando filmó el Misteri en 1964 porque, como afirma el maestro cántabro, el cine está hecho de lo mismo que está hecho el tiempo. En el cine los sentimientos son tiempo, la acción es tiempo, el movimiento es tiempo. La emoción del público (esos rostros pasolinianos, que definió Torreiro en la presentación de Málaga), de la María y de los cantores es tiempo, la subida de la Mangrana, la procesión y el entierro de la Mare de Déu es tiempo, cada vez que se prepara una palmera para obtener la palma de sant Joan y que se divide para entregar a los devotos que perpetúan la memoria, se produce el milagro del rito, la maravilla del paso del tiempo que ha quedado atrapado en esta película festiva de Gutiérrez Aragón y Más Serrano.
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