Opinión | Tribuna
El niño que pasea a Musk
Nene, se atrevió a decirle una canguro, no toques los aranceles que manoseándolos se empobreció medio mundo y la crisis derivó en una guerra mundial. Pero nada, el crío es caprichoso

Elon Musk y Donald Trump. / Aaron Schwartz / Zuma Press / ContactoPhoto
Es el niño. No hay otra explicación. Ese crío que toma de la mano a Elon Musk y saca de paseo a Trump. Se le ve inteligente, seguro. Pero, claro, no deja de ser un niño. Y un día se encapricha del cromo de Canadá. Al día siguiente del de México. Al otro, Ucrania. Tengui. Falti. ¡Papá, papá, quiero el de Groenlandia! Laponia ya tiembla pensando en las próximas Navidades. El chiquillo anda loco con sus nuevos juguetes. Nene, se atrevió a decirle una canguro, no toques los aranceles que manoseándolos se empobreció medio mundo hace 95 años y la crisis derivó en una guerra mundial. Pero nada, el crío es caprichoso. Que si el 25 % al acero de Canadá. ¡No, mejor el 50 %! Y cómo ríe el mocoso. La Bolsa anda loca. Los economistas, al borde del colapso. Tanto estudiar para esto.
Es digna de ver la entrada del niño en la clase de párvulos: el amo del mundo. ¿Me visteis por la tele?, pregunta a sus compañeros. El martes dirigió el rodaje de un espectacular spot planetario en la Casa Blanca: el tío Donald comprando un coche muy chulo de los que hace su papá. Sam, un amigo del cole, no se atreve a decirle que su madre colocó hace unos meses una pegatina en su Tesla: «Lo compré antes de que Elon se volviera loco». El adhesivo se vende en Amazon por 3,30 $.
La profesora del niño ha pedido la baja por ansiedad. Es el quinto docente que deserta. La directora ha pedido ayuda al departamento de Educación, pero todos sus contactos han sido despedidos por la nueva administración Trump. La mujer ha propuesto a la familia del crío darle clases particulares. En un acto de heroísmo, ella misma se ha ofrecido como tutora personal. Al menos, ya que el niño lleva las riendas, enseñarle nociones básicas de historia, geografía y economía. Al padre le sorprendió. Y eso, ¿para qué sirve?, preguntó realmente intrigado. A la directora le entró la risa nerviosa. Una carcajada frenética y contagiosa a la que se han unido gobernantes, empresarios, trabajadores, pensionistas, estudiantes… Y qué poca gracia tiene.
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