Opinión | Tribuna
Terrores femeninos
Las cineastas sacan partido al miedo y lo utilizan como una poderosa arma reivindicativa

Terrores femeninos. / Elisa Martínez
El terror cinematográfico ha encontrado en las temáticas femeninas y feministas una fuente inagotable de inspiración. El miedo se articula a través de los cuerpos de las mujeres, a partir de experiencias vitales tan primarias como el sexo o la maternidad e incorporando la violencia estructural que las atraviesa, unas veces intensificándola y otras retorciéndola.
Películas como la estadounidense «La sustancia», dirigida por Coralie Fargeat, y que, con su surrealismo gore, atesora premios en infinidad de categorías; o la producción española «Salve María», de Mar Coll, ganadora del Goya a la mejor interpretación femenina; o la austro-alemana «El baño del diablo», con Veronika Franz y Severin Fiala en la dirección y triunfadora del último Festival de Sitges –estas dos últimas en clave psicológica– muestran lo terrorífico que puede llegar a resultar ser mujer. Lo hacen, además, apuntando directamente a las entrañas del espectador y removiendo emociones, de modo que una sale del cine o apaga la pantalla del televisor con una pegajosa sensación de malestar.
Esos son solo tres títulos recientes, todos disponibles en las plataformas audiovisuales, pero el terror en clave feminista no es nuevo. Anteriores a ellas son «The Babadook» en la que Jennifer Kent transforma el duelo materno en una figura monstruosa que devora la estabilidad emocional de la protagonista, o «Titane», de Julia Ducournau, una extravagante propuesta de terror corporal con la que se hizo con la Palma de Oro en Cannes.
Hace tiempo que el lenguaje cinematográfico es utilizado como un expresivo recurso para mostrar los terrores que atenazan a las mujeres y para mover a la reflexión sobre ellos. Bien puede hacerse también con una narrativa realista, apegada a la actualidad o a la historia, porque relatos pavorosos sobre mujeres hay para dar y tomar.
El cine de terror escrito y dirigido por mujeres no busca tanto asustar como incomodar, y eso se nota en el estilo, en los guiones que avanzan más pausadamente, las atmósferas densas, asfixiantes por momentos, los silencios o las melodías inquietantes, las interpretaciones que transmiten una gran contención expresiva hasta culminar en el paroxismo. Suelen ser películas plagadas de simbolismo y abiertas a múltiples lecturas e interpretaciones. A menudo los géneros se entrecruzan y lo que para una es «folk terror», por ejemplo, para otra se queda en un drama histórico truculento.
El terror feminista se esconde en lo cotidiano y a veces reside en nosotras mismas; y el miedo, en esta nueva forma de ser tratado por el cine, apela a una toma de conciencia, contiene un mensaje político y una crítica social.
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