Opinión | VUELVA USTED MAÑANA

Un pacto que lleva al desencanto

Carlos Mazón saluda a José María Llanos, portavoz de vox en las Corts valencianas.

Carlos Mazón saluda a José María Llanos, portavoz de vox en las Corts valencianas. / M. A. Montesinos

El pacto de Mazón y el PP con Vox en esta Comunidad no es otra cosa que la demostración irrefutable de una política que carece de solución a corto plazo. El centro ha desaparecido y en su lugar campean a sus anchas los extremos, de uno y otro lado, que, siendo extremos, son sobre todo populistas, vendedores de humo, de palabras hueras con apariencia ideológica, de ineficacia, de exaltación de los valores más primarios. Son rentistas del voto cautivo fruto de la confrontación y de la irracionalidad pasional convertida en adhesión incondicionada.

Junto a ello, el elemento definidor del funcionamiento del sistema, que podría actuar bajo los principios democráticos, es la escasa convicción democrática de quienes lo gestionan, su nula formación y experiencia fuera de ese ámbito. Se aferran a los cargos cual si fueran sus propietarios, ocupando la sociedad toda con un sentido patrimonialista y autoritario que está en la base de decisiones cuyo fin es solo mantenerse al precio que sea. La nueva democracia, que no es democracia, se caracteriza por liderazgos de personas sin méritos o frenos éticos. Pero lo grave es que son reflejo de la sociedad en la que vivimos en la que la insatisfacción es la prueba de nuestro fracaso.

Vox es extrema derecha, lo que no significa fascista. Sumar y Podemos son extrema izquierda, pero tampoco comunistas. No alteremos los términos. Son extremos y juegan en ese campo necesitado de serlo para marcar diferencias en un terreno competitivo cada vez más fraccionado y regido por una mediocridad insoportable.

En las condiciones y con las reglas con las que juegan nuestros partidos mayoritarios los pactos del centro con los extremos conducen inexorablemente a hacerlos con partidos de una similar naturaleza, a derecha, izquierda y los siempre oportunistas nacionalistas o independentistas. Y mientras ese juego permanezca por falta de responsabilidad de los dos mayoritarios son inevitables, en tanto renunciar a asumirlos equivale a entregar el poder al adversario. Que el PP no pacte con Vox si el PSOE lo hace con cualquiera solo llevaría a renunciar a gobernar a este último, pues las mayorías absolutas son imposibles. Y viceversa. La alternancia es la base de la democracia y excluir a Vox, dado que el PSOE pacta con cualquiera y lo que sea, sería tanto como consagrar un sistema de partido único.

El bipartidismo tenía la enorme ventaja de permitir políticas centradas, posibles, aunque no lucieran como lo hacen las medidas provenientes de la entrega a supuestas ideas que carecen de eficacia y valor en una sociedad como la nuestra. Porque lo que vende en esta sociedad ahora es el discurso que cala en lo sentimental, aunque sea engañoso o frívolo en ocasiones.

Dicho esto y aunque la situación política pueda justificar pactos que la perpetúan, hay límites que no deberían superarse en caso alguno por su radicalidad y ajenidad a valores no ya jurídicos, sino éticos. Y el suscrito por Mazón –parece que con la aquiescencia del PP–, lo excede y sobrepasa. El poder no justifica que un partido como el PP, crítico con el adversario, pague un precio desproporcionado y pierda esa, visto está, aparente imagen de centralidad por una contraprestación cuyo precio es tan elevado. Pactar lo que no se debe, perdiendo la propia idiosincrasia si es cierta, no disimulada, no se puede justificar en razones electorales que se repudian del adversario.

Leer los veinticinco puntos en los que se asienta el acuerdo cuya contraprestación es la aprobación de un presupuesto causa tristeza porque, más allá de que los problemas que se plantean deban ser discutidos en el marco que corresponda, la UE, se asumen como propios discursos que contienen elementos que deshumanizan la convivencia, que exhalan desprecio por personas desasistidas, los inmigrantes, que son seres humanos que no pueden ser rebajados a la categoría de ilegales con tanta falta de humanidad, los menas, que son menores sin nadie que les ampare o con el problema del respeto a la naturaleza que nos acoge y con la eliminación del apoyo a instituciones que protegen la lengua de esta comunidad, que es propia y que, en el respeto a todas, merece un trato adecuado a la gente que la habla, vive y sueña en ella. Ese ataque a las ONG que ofrecen lo mejor de una sociedad humanista en defensa de quienes no tienen otro amparo es, de por sí, razón suficiente para repudiar un acuerdo inaceptable. Hay que rechazar una sociedad de pensamiento único, pero cualquiera que sea, no una y sustituirla por otra similar, radicalizada y excluyente de los más débiles.

No hay diferencia o este pacto permite afirmarlo, entre la conducta del PSOE actual, que no el PSOE y el suscrito aquí. Y ello sin entrar en los recortes a los servicios públicos, como sanidad, educación y justicia que, cual sucede en España, aunque se disimule, están sufriendo graves retrocesos. Cada vez menos inversión y peor calidad. El problema de la sanidad, por ejemplo, no es el de los inmigrantes que son personas que si enferman deben ser atendidas, sino el de la falta de medios. No erremos en el tiro y olvidemos nuestra condición humana. El modelo social no se disimula con medidas electoralistas baratas, sino con inversiones suficientes en lo que constituyen sus pilares esenciales. Para eso son los impuestos, no para hacer política electoral o ideología de salón.

El discurso de Mazón no es o no puede ser el de un PP que quiere ofrecer una alternativa que, con este pacto, se aleja de la prometida. Si ese es el PP, si apoya estas medidas, si aplaude lo que critica, poco tiene de diferencia con Vox y con los elementos populistas que lo definen.

El PP, con este paso adelante ha sumido en cierta desesperanza a muchos que esperan un cambio. Parece que Sánchez ha creado escuela y sembrado un futuro del que nadie quiere o puede salir. Y ese futuro que se está construyendo no es democracia. Parece que no aprendemos de lo que sucedió en la primera mitad del siglo XX que nos hemos empeñado en reeditar, aquí y en un mundo que ha perdido el sentido común.

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