Opinión | En pocas palabras

Demencia exprés

Demencia exprés.

Demencia exprés.

Mi padre hubiera cumplido esta semana 96 primaveras. Una demencia súbita lo llevó al otro barrio. Recuerdo los tiempos difíciles del post confinamiento del covid, cuando tanto las residencias públicas como las privadas se encontraban blindadas, y de ellas no podía entrar ni salir nadie, salvo que lo hiciera con los pies por delante. Fue una historia de terror doméstico más real de lo que muchos quieren creer. Llevé al mío al Juzgado a que lo declarasen incapacitado para decidir su destino. Una médico forense le preguntó cómo se llamaban su madre, su mujer, el presidente del Gobierno y el rey de España. Mi padre se hizo un lío y en un par de minutos los impresos de la incapacidad estaban de camino. 

Mi padre pasó de «estar bien», de merendar en el Casino, ir de compras, asistir a misa y contemporizar en la Casa de la Cultura, a ser un despojo y abandonar este mundo en un tiempo récord. No superó la viudedad. 

Cuánto me acuerdo de él viendo a Pasqual Maragall y otros como él. El Festival de San Sebastián le regaló todo el escaparate mediático del domingo para que presentase su película Bicicleta, cuchara, manzana en la edición de 2010. Allí protagonizó una de esas ruedas de prensa históricas y multitudinarias. Aquello parecía una despedida, un homenaje, una reivindicación, todo a una. Pero desde entonces han pasado quince veranos y quince inviernos, con todo lo que va incluido entre medias, que la familia Maragall ha vivido con mejores o peores condiciones desde primera fila gracias a la Fundación que lleva su nombre. 

Mi padre no aguantó ni el primer envite. Una vez quedó viudo, no hubo invierno, ni primavera ni fiestas de septiembre. Hizo mutis por el foro sin molestar ni ser noticia. Prefirió irse. La opción B no era muy halagüeña.

Tracking Pixel Contents