Opinión | Palabras gruesas
Tras los aranceles

Tras los aranceles
En medio de uno de los momentos de mayor inestabilidad en la historia reciente, sometidos a los desvaríos de un atribulado personaje tan narcisista como insolente, bajo el vaivén de sus caprichos y despropósitos, se ha abierto un debate sobre el objetivo de la gigantesca crisis abierta con la guerra arancelaria que ha impulsado estos días el presidente estadounidense, Donald Trump, destrozando el sistema de comercio mundial y las bases de las relaciones internacionales construidas tras la Segunda Guerra Mundial.
A estas alturas, nadie duda de que sus declaraciones y decisiones están al margen de cualquier racionalidad y de espaldas a los principios básicos de la ciencia económica, tirando por tierra las enseñanzas de la historia al desbaratar los fundamentos de las relaciones internacionales y de las reglas multilaterales que ni conoce ni respeta. Hacer política a golpe de exabruptos y amenazas, con declaraciones tan disparatadas como falsas contra todos los países del mundo, a los que considera súbditos que tienen que rendirse a sus caprichos, solo puede dislocar un orden internacional extraordinariamente complejo, trasladando desconfianza e inestabilidad al sistema económico y financiero, como está sucediendo.
Sin embargo, junto a la gigantesca crisis mundial abierta, Trump ha llevado a su propio país a las puertas de una crisis, hasta el punto de que ha sido la peligrosa evolución del mercado de deuda estadounidense, con la venta masiva de bonos por parte de importantes tenedores como Japón y China, junto a una subida de los intereses al límite de lo sostenible, lo que ha obligado a Trump a paralizar, en parte, su particular guerra arancelaria con su moratoria de noventa días, salvo a China.
El desastre geopolítico y económico causado por Trump (el gran socio de Vox en España) no tiene precedentes y ha causado daños irreparables, sin hablar de una posible manipulación de los mercados bursátiles, al avisar de que se compraran acciones antes de anunciar la suspensión de aranceles, provocando movimientos alcistas que han alimentado ventas en corto, facilitando ganancias increíbles en su círculo. La furia y la venganza que Trump quiere para el mundo la está proyectando sobre su propio país y sus votantes, quienes van a sufrir de manera inmediata y en primera persona la locura de su presidente.
Según Trump, el enorme déficit comercial de los Estados Unidos debido a que todo el mundo «les han engañado y han abusado de ellos», se solucionará imponiendo aranceles a las importaciones de otros países para corregir este desequilibrio. Sin embargo, este déficit comercial (déficit por cuenta corriente) no se debe a supuestas prácticas desleales, sino que aparece cuando un país gasta más de lo que produce, algo que en el caso norteamericano se ha visto agravado de manera crónica por los gigantescos déficits presupuestarios acompañados de importantes rebajas de impuestos a los más ricos, causando acusados desajustes fiscales, junto a los enormes gastos militares y en guerras insensatas que Estados Unidos viene promoviendo por el mundo.
Para el círculo de asesores económicos de Trump, repleto de tiburones financieros de Wall Street, todo responde a un supuesto plan magistral con el nombre de los «acuerdos de Mar-a-Lago», al diseñarse en el resort turístico propiedad del presidente en Florida, formando parte de una estrategia económico-financiera de largo alcance que redefiniría por completo el orden internacional y colocaría a la economía estadounidense como triunfadora. Para ello, Estados Unidos promovería una reindustrialización que impulsará sus exportaciones globales, financiándola con una devaluación para hacer sus productos más competitivos, lo que reduciría el déficit comercial y colocaría al dólar como divisa absoluta. Al mismo tiempo, Trump exigiría a los países que acepten sus bonos del Tesoro a cien años a modo de impago de su deuda, utilizando los aranceles y los acuerdos militares para forzar a todos los países a aceptar sus exigencias económicas y comerciales.
Este disparate, inviable desde todos los puntos de vista y que considera a los países como territorios sometidos por sus legiones a los caprichos del imperio estadounidense para tragarse su deuda, comprar masivamente sus productos renunciando a vender los suyos y esclavizarse bajo sus intereses militares, solo puede estar elaborado por descerebrados que creen que el mundo es suyo y el resto de los habitantes sus esclavos. Pero es lo que rodea a Trump, escuchándose por boca de uno de sus más cercanos asesores presidenciales, Stephen Miran, autor de estos disparatados acuerdos, que los países deberíamos «emitir cheques al Departamento del Tesoro de Estados Unidos» para compensar el déficit comercial que los países mantienen. Pura locura.
No podemos dejar al margen que todo este terremoto económico que está fracturando la economía mundial y metiéndonos de cabeza en una depresión global lo ha generado un gobierno neofascista que impulsa una profunda involución democrática en su propio país, pero también promoviendo amenazas, inestabilidades y agresiones de todo tipo en el mundo. Más incertidumbre y más miedo, ingredientes magníficos para personajes autoritarios que se crecen en medio del caos, como los creados por el trumpismo.
Y ese es un problema añadido en la resolución de la gigantesca crisis abierta, ya que tratar con un desequilibrado narcisista con trastornos patológicos serios como Donald Trump no es nada fácil. Menos todavía cuando en su entorno no cuenta con personas equilibradas capaces de trasladar sensatez y estabilidad, ni mucho menos. La historia nos ofrece demasiados testimonios de ello.
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