Opinión | Tribuna

Don Rafael Simón Gil

Rafael Simón Gil

Rafael Simón Gil / informacion.es

Hoy está huérfano este espacio de su artículo de los domingos, y me ha tocado a mí, un humilde pasante de este gran abogado, intentar rellenar ese hueco con estas breves líneas que sin duda no estarán a la altura de tan gran maestro de la abogacía.

Estos días he leído con atención diversos artículos en los que loaban las virtudes de Rafael Simón, la mayoría hablaban sobre su elegancia en el vestir y en el trato, su amor por la cultura, su soltura en los tribunales y su firme defensa de la libertad de expresión. Yo viví de primera mano esas virtudes, pero hoy me gustaría hablar de una faceta quizás menos conocida de él, la de mentor.

Tuve la suerte de ser pasante de Rafael Simón, nunca lo llamaré Rafa como hace media profesión en Alicante, no porque no le procesase afecto, sino porque en mi colegio a los profesores nunca se les acortaba el nombre y eso es lo que fue para mí un maestro. Hoy tengo un cargo de responsabilidad en Madrid, en el departamento legal de una multinacional, pero no siempre fue así. Termine mi carrera en 2009, la crisis financiera dejó un panorama desolador en la profesión de la abogacía, trabaje un año en Francia con una beca de la Unión Europea para ver si amainaba la tormenta laboral, pero al volver a España fui de pasantía en pasantía hasta que recale en el Despacho de Rafael Simón y Ramón García con una beca remunerada del Banco Santander.

Los inicios en el mundo de la abogacía son duros, y yo había tenido una mala experiencia previa en el que pasa por ser uno de los mejores despachos de Alicante, en el que más se premiaba el ser familia o allegado de cierto afamado constructor que los conocimientos jurídicos. Como todo joven que vivió esa etapa, llegué al despacho de Rafael con la autoestima muy tocada, no veía futuro en la profesión e incluso me planteé dejar la abogacía. Él me devolvió la ilusión por el derecho, he de decir que nunca me trató como un becario, nunca me habló con condescendencia, nunca presupuso que por ser joven no podía entender los asuntos legales más complejos y me contagió su amor por el derecho, su obsesión por ser riguroso, jamás emitía opiniones infundadas siempre la apoyaba en este o aquel artículo del código civil o en cierta sentencia del Tribunal Supremo que yo alucinaba recordase de memoria.

Coincidió este paso por su despacho, con una etapa profesional que creo que afrontó con la ilusión de un recién licenciado pese a que ya había pasado los sesenta, me refiero a su nombramiento como Secretario General de la Fundación Mediterráneo. Gracias a él tuve acceso a los asuntos legales más variopintos y relevantes de la actualidad jurídica alicantina, viví con él cambio de los asesores jurídicos heredados de la anterior etapa de la fundación, y el cambio total de la estrategia legal de defensa de la misma en tribunales impulsada por Rafael.

Por aquel entonces, las Cuotas Participativas de la extinta CAM que por un aspecto formal quedaron en el balance de la Fundación, pese a ser puro y duro negocio bancario, estaban sangrando las cuentas de la fundación. Recuerdo con cariño un viaje con él en coche al Juzgado de Primera Instancia nº 1 de Benidorm que fue el primer tribunal de España que aceptó que el Banco Sabadell debía ser llamado al procedimiento y que terminó por condenar al citado Banco como sucesor de la extinta CAM y responsable de la comercialización de ese producto bancario complejo. Su estrategia procesal y su pericia puso a salvo el patrimonio de la fundación y una importante porción de la cultura alicantina, y me salvo a mí, me salvo de abandonar una profesión que me apasiona.

Como decía antes, por cuestiones propias de la edad y por malas experiencias mi autoestima al llegar al despacho de Rafael estaba bajísima, yo transmitía inseguridad, recuerdo que me intimidaban las reuniones con asesores jurídicos de reconocido prestigio de la corte y villa de Madrid, el debió de notarlo y antes de una de ellas me motivó, me trasladó que no somos menos abogados por ser más o menos jóvenes y que esta gente de Madrid no crea que por ser de provincias somos menos que ellos.

Paradójicamente, cuando me llegó una oferta para trabajar en Madrid, fue él quien me animó a aceptarla, me dijo que era una oportunidad y no se equivocaba aquí estoy más de 11 años después, pero siempre he llevado muy a gala el ser un abogado de provincias que aprendió en un pequeño gran despacho de Alicante de dos grandes maestros Rafael Simón y su socio Ramón García.

Allá donde estés, gracias Rafael; seguro que acabas de llegar y ya eres mentor de referencia para muchos como lo fuiste para mí.

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