Opinión

Recuerdo literario de un gran escritor

Vargas Llosa.

Vargas Llosa. / Joaquín Reina

Hubo un Vargas Llosa, especial en la memoria, que provocó un nuevo descubrimiento literario a finales de los años sesenta, una década en la que nos habían aparecido también Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, entre medio centenar de nombres más, aunque estos cuatro supieron crear casi un espacio exclusivo en el llamado Boom de la literatura latinoamericana.

Vargas Llosa publicó en esa época tres novelas que están todavía entre los recuerdos indelebles de lecturas juveniles: La ciudad y los perros, La casa verde y, sobre todo, Conversación en la catedral que, en 1969, creó un aldabonazo literario por la reconstrucción social de la dictadura peruana del general Odría, que era reciente, que había durado desde 1948 a 1956, pero que sirvió para crear un modelo actual de novela, porque un espacio social contemporáneo al autor era narrado, a través de personajes y situaciones ficcionales, para entender la realidad de la represión violenta, la corrupción y el desastre colectivo que aquellos años significaron para Perú. 

La pregunta «¿En qué momento se había jodido Perú?» que inicia la novela y conforma la conciencia del protagonista Santiago Zavala, periodista y activista contra la dictadura, tiene una respuesta emotiva en la conciencia del personaje que se pregunta cuándo se jodió el mismo, Zavalita, creando un tópico literario para entender la reflexión de los años siguientes, quizá el pesimismo con que el autor concluyó la década de los setenta, que fue en origen el de una nueva escritura.

Sonreímos con Pantaleón y las visitadoras, también con La tía Julia y el escribidor. Nos abrumó a comienzos de los ochenta La guerra del fin del mundo y quizá, por esa nueva entrada en la historia, cuya lectura nos resultó pesada, nos convertimos en lectores dispersos de quien sin duda ha sido un gran escritor.

De los muchos años que median con esta década, creo que Lituma en los Andes fue una novela preferida y, sin duda, algunas otras obras me interesaron. Recuerdo que busqué a la Flora Tristán de El Paraíso en una esquina, sin encontrarla en la obra que la narraba junto a su nieto Paul Gauguin.

Evoco con complacencia la lectura del ensayo La tentación de lo imposible, su lección memorable sobre Víctor Hugo y Los miserables con la que desde luego nos llevó a comprender el carácter modélico que el autor francés tuvo siempre para el. Leí con mucho interés su artículo periodístico en el que, en 2004, evocaba a Neruda en su centenario, tras años de rechazo ideológico de lo que habían compartido en los sesenta, para definirlo como el Victor Hugo del siglo XX. 

Todos esos sentidos están presentes hoy, cuando acabo de conocer que ha fallecido. Pregunté a veces a escritores que tuvieron relación con él y, en lo personal, siempre hubo una relación respetuosa. Me interesó conversar con Mario Benedetti, quien comentaba que, en 1973, cuando su exilio de Uruguay y su estancia breve en Lima, donde fue detenido, sí que obtuvo la ayuda desde lejos de Vargas Llosa, y lo decía incluso tras polémicas posteriores públicas entre los dos en las que siempre mantuvieron respeto mutuo.

Le pregunté algún día a Alonso Zamora Vicente, quien le dirigió en 1971, en la Universidad Complutense, su tesis doctoral García Márquez: historia de un deicidio, y supe que sobre todo fue una audacia aquella presentación de lo que, en cualquier caso, fue después un libro memorable, a pesar de las penosas relaciones que mantuvieron luego los dos premios Nobel latinoamericanos de aquel tiempo literario.

Luego, he conversado con personas que tuvieron relación con Vargas Llosa en sus múltiples años españoles, a partir de los noventa, en los que tengo con él encuentros fugaces, pero prevalecían determinadas intervenciones públicas y políticas del personaje, lo que provocaba que no me interesasen estas. En los terrenos ideológicos y políticos, creo que tuvo a veces el comportamiento de un converso, pero hoy no voy a hablar de ello.

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