Opinión | Tribuna
San Antón: cuando la regeneración se convierte en exclusión

Una imagen del barrio de San Antón tras el desalojo del bloque 8. / Matías Segarra
El proyecto de renovación urbana del barrio de San Antón, presentado hace más de una década como una intervención «emblemática» y «ejemplar», ha acabado siendo una de las grandes farsas urbanísticas de Elche. Un plan lleno de promesas irrealizables, defendido por todos los partidos políticos en diferentes etapas, y ejecutado con una lentitud que raya lo inadmisible. Lejos de regenerar el barrio, lo ha empobrecido y desmantelado, especialmente para sus vecinos más antiguos.
Más de veinte años después del inicio de este proceso, seguimos viendo cómo se agrava el deterioro: primero los techos, ahora edificios enteros que presentan riesgo estructural. Los vecinos que aún resisten -porque no tienen alternativa- viven atrapados en viviendas que ya no pueden rehabilitarse, condenadas a la ruina urbanística y económica. Sin opciones reales de acceso a los nuevos bloques, muchos se ven obligados a malvender sus propiedades.
Mientras tanto, el proyecto ha vaciado el barrio de servicios esenciales. Se derribó el centro social, se cerró parcialmente el colegio, se eliminó el mercadillo tradicional, desaparecieron las paradas de autobús con entrada directa, y se prohibió abrir nuevos comercios. Todo un desmantelamiento sin lógica ni planificación social, que ha provocado una fractura interna: el barrio nuevo y el barrio viejo o, como muchos ya lo llaman, el barrio rico y el pobre.
Lo más grave es que esta transformación se ha hecho sustituyendo lo público por lo público, pero sin beneficio alguno para los vecinos. Las nuevas construcciones no han aprovechado espacios vacíos, sino zonas verdes y dotaciones públicas. Además, han cerrado la iluminación y las vistas a todos los bloques exteriores del barrio, agravando el aislamiento y las condiciones de vida de quienes siguen allí.
Conviene recordar que las críticas de arquitectos y expertos urbanistas no surgieron ahora, sino desde el inicio del proyecto. Ya entonces se alertaba de que este modelo no respondía al interés general ni a una lógica urbana sostenible. La alternativa, como se está viendo en Porfirio Pascual, era y sigue siendo la rehabilitación completa del barrio original. Con el dinero público invertido durante estas dos décadas, San Antón ya estaría íntegramente renovado, preservando su estructura, su historia y su comunidad.
Y lo más sorprendente: el Ayuntamiento, a través de Pimesa, está obteniendo beneficios económicos con esta actuación -nada ejemplar ni emblemática- mediante promociones y venta de pisos. Un modelo de gestión pública que prioriza la rentabilidad por encima del bienestar colectivo, en un barrio que ya ha pagado demasiado caro su marginación.
Aun con todo, estamos a tiempo de repensar. San Antón necesita sensatez, no más fases eternas. Rehabilitar las más de 300 viviendas vacías, muchas en condiciones rescatables, sería mucho más práctico, económico y justo que seguir construyendo a costa del vecindario. Porque si algo debe ser ejemplar, que lo sea por proteger a quienes han hecho del barrio su hogar.
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