Opinión | Tribuna
Vargas Llosa, escritor-puente entre el público y Azorín

Vargas Llosa en la Casa Museo Azorín en 1993.
Azorín dejó de asistir a las sesiones de la Real Academia Española alegando que el horario de estas no combinaba bien con el suyo de trabajo diario. Mucho antes hubo, en cambio, quien sugirió otro motivo: su enfado por no haber admitido la docta institución a Gabriel Miró, a quien propuso. Una carta del descartado a uno de sus corresponsales avala la sospecha: «Desde Madrid me escribe Azorín obstinándose en que la Academia ha de desagraviarme, y hasta entonces no practicará su cargo de académico». Pero Azorín sí regresó a la RAE. Solo que de un modo inesperado, imprevisto, póstumo. Fue el 15 de enero de 1996, cuando tomó posesión como académico Mario Vargas Llosa y leyó su discurso de ingreso titulado Las discretas ficciones de Azorín.
La atención que despertó la incorporación del escritor peruano supuso que hasta TVE emitiera en directo la lectura del discurso y que al día siguiente la prensa concediera amplia cobertura. Debido a ello, y naturalmente al contenido de su intervención, Vargas Llosa se convirtió en académico y, a la par, en destacado prescriptor de la literatura de Azorín. Habló de varias obras, pero especialmente fueron sus palabras sobre La ruta de Don Quijote las que pusieron en valor esta aportación azoriniana, que en los últimos treinta años ha sido la más recomendada -y quizá también la más reeditada- de cuantas se debieron al escritor de Monóvar. Lejos quedaban los días en que el libro fue lectura escolar en Argentina o sus tempranas traducciones al francés y noruego.
La revelación de Vargas Llosa de que gracias a esta obra y a la lectura casi al mismo tiempo de otro libro azoriniano -Al margen de los clásicos- abordó el Quijote por segunda vez, tras un primer intento infructuoso del que salió «derrotado», no hacía más que reforzar la elevada consideración de sus páginas: «La ruta de Don Quijote (1905) -postuló- es uno de los más hechiceros libros que he leído. Aunque hubiera sido el único que escribió, él solo bastaría para hacer de Azorín uno de los más elegantes artesanos de nuestra lengua». El espacio que ocupó el libro en su discurso fue más extenso, pero basta esta mención para comprender hasta qué punto lo admiró.
Vargas Llosa venía cultivando para esas fechas su idilio largo con la literatura de Azorín, seguramente aumentado a partir de la visita tres años antes a la Casa Museo Azorín de Monóvar, de la entonces Fundación Cultural CAM, actual Fundación Mediterráneo. Pudo sumergirse en el legado del escritor clásico revisando su biblioteca. El entonces director de la Casa Museo, Pepe Payá, facilitó que pudiera apreciar las anotaciones de Azorín a los libros que leía y las dedicatorias manuscritas de sus coetáneos.
En un artículo publicado poco después en El País (12-7-1993) y en La República de Roma (17-7-1993) que tituló Piedra de toque: una visita a Azorín, relató la experiencia de la jornada y describió al director de la Casa Museo de un modo que quienes le conocimos y tratamos podemos certificar que fue muy certero: «José Payá Bernabé es todavía joven -escribía- pero, a tenor de lo que conoce del caballero José Martínez Ruiz, por cuya Casa-Museo de Monóvar, biblioteca y papeles vela con mano firme, parece antiquísimo. Es grueso y ágil, de traje entallado y unos anteojos submarinos detrás de los cuales acechan unas pupilas que se pasean sobre las montañas de libros y documentos con la seguridad del pastor avezado al que nunca se le escapa una oveja».
Y ya en ese texto, reproducido también en el volumen de Anales azorinianos 4, Vargas Llosa se refería a La ruta de Don Quijote, la obra compuesta por los quince artículos que Azorín escribió para el periódico El Imparcial en un viaje por La Mancha en el III Centenario de la edición de la primera parte del Quijote, significando la colección periodística como «maravilla de libro que nos cuesta creer que fuera escrito a vuelapluma, por un reporter que cumplía una comisión del diario en el que trabajaba».
No se desvinculó el autor peruano de su devoción por Azorín pasada su visita a Monóvar y el discurso en la RAE. Atendió otras solicitudes, siendo ya Premio Nobel de Literatura, como la de intervenir en el documental Azorín. La imagen y la palabra, dirigido por Domingo Rodes y con guion de Ramón E. Cánovas, que se estrenó en 2017, en el cincuentenario de la muerte de Azorín, y se emitió en el programa Imprescindibles de La 2, tras ser producido por la Diputación de Alicante y coproducido por TVE.
Recordaba en su intervención que descubrió a Azorín cuando era estudiante universitario en Lima y que leyó con entusiasmo La ruta de Don Quijote, «un libro tan contagioso en el cariño, en la admiración hacia lo que representa el Quijote», que él había intentado leer en el colegio. No dudó en volver a reconocer la influencia de la obra azoriniana para encarar con éxito la lectura de la novela de Cervantes, insistiendo en lo confesado anteriormente: «Solo fue después de leer ese precioso libro de Azorín, que es un reportaje en realidad a La Mancha, a todos los lugares de La Mancha que aparecen en el Quijote -decía en esta ocasión-, que volví por segunda vez a intentarlo. Y esta vez sí, lo leí con la fascinación con que uno lee ese libro capital de nuestra lengua».
En su generoso discurso en la RAE, Mario Vargas Llosa no eludió una cuestión que los asiduos de Azorín conocen bien de sus artículos y obras en los que rescataba del olvido a clásicos literarios o los reinterpretaba, si eran nombres que seguían leyéndose, exponiendo sus sensaciones como lector. Esa condición le permitió definir a Azorín como un escritor-puente «entre el público profano y los grandes autores del pasado».
Vargas Llosa practicó también esa versión de escritor que ha llevado a lectores a ciertas obras. Sus ensayos monográficos sobre Tirant lo Blanch, Madame Bovary o Los miserables han ayudado a mantener esos títulos con el pulso latente; pero también los dedicados a autores como Pérez Galdós, Jorge Luis Borges o el propio Azorín, descubriéndonos como ensayista matices y valores, nos consiente entenderle como escritor-puente entre el público y ciertos clásicos que le sedujeron.
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