Opinión | En la barra del Café Época
Cerrado por descanso del personal

El Cristo de Zalamea, durante su procesión de la pasada semana, en la madrugada del Viernes Santo. / ÁXEL ÁLVAREZ
Madre mía, qué semana hemos pasado, más que Santa, que también, ha sido extenuante, frenética y pasionaria, vamos, un no parar de aquí para allá que ha dejado al personal exhausto, al menos a mí, que ya se me van notando los años y con la última aleluya me han llovido todos los dolores: en la espalda, en las lumbares y en sitios que nunca creí que podían llegar a doler.
Cuando llamamos a la Semana Santa la semana grande, no lo hacemos porque sí, es que no se pueden hacer más cosas en tan poco tiempo y si no que se lo digan a mi hijo Pablo y a su prima Carmen, que hasta que no ha entrado en el templo la última procesión no han considerado ni remotamente la posibilidad de irse a dormir. Se ve que ellos eran los encargados de poner y de quitar las calles, unos campeones.
Pero este frenesí procesional lo han padecido muchos, que se lo digan a Bordonado o al señor del aeropuerto encargado del parte meteorológico, a los que les hemos acosado enmascarados tras un capuz para que nos dijeran si llueve, si no llueve, a qué hora lo va a hacer, a qué hora parará, si llevamos huevos a las Clarisas, si el viento sopla de poniente, de levante, que si pasaré frío, si me pongo solo una camiseta bajo la vesta, que si podemos mandar a la borrasca Olivier a donde bramó la toñina, un desmadre de tal magnitud que me han dicho que el meteorólogo del aeropuerto lleva desde las 14 horas del Domingo de Resurrección sentado en una silla, sin hablar, con la mirada perdida y sin ingerir alimento, mientras que Bordonado está en paradero desconocido.
¿Y los camareros? ¿Qué me dicen de ellos? Unos superhéroes de Marvel como el Capitán América, pero ellos en vez de llevar un escudo llevaban una bandeja en la mano, que si me pones dos cervezas y una ensaladilla, que si me traes un cortado con poco café, mezcla de arábico y colombiano, si puede ser, con dos gotas, no más, de leche de soja, que en la mesa cuatro han pedido un revuelto de morcilla, que aquí faltan dos cervezas más, que el niño quiere un polo de fresa, que no me queda pan, que si me cobras, que marchando dos montaditos de panceta, que pásame un Aquarius de limón para la señora rubia, que no me quedan calamares, ni resuello, ni magra con tomate, ni cuerpo que lo resista. Me dicen que han llegado a ver a camareros tras terminar su jornada de trabajo deambulando con los ojos en blanco, despeinados con la camisa por fuera del pantalón tomándole nota a una farola: «Entonces, ¿quiere las olivas partidas o sevillanas?» Una locura. ¿Y los vendedores de pipas? ¿Qué me dicen? No daban abasto, han vendido toda la producción nacional y parte del extranjero, que a los hámsteres esta semana les han tenido que dar de comer panchitos porque pipas no quedan.
Ha sido una semana tremenda, grande como ella sola y vivida con una intensidad desmedida, como debe ser, porque a nadie escapa que la Semana Santa en Elche es una de las manifestaciones de religiosidad popular más importante y multitudinaria que tenemos, que interesa a la mayoría de la ciudadanía y que es seguida también por muchos turistas que por fin la han descubierto. Es una manifestación esencial y sustancialmente religiosa que trasciende al ámbito tradicional y cultural de la ciudad, que sirve de vínculo identitario, que desde un punto de vista económico sirve para dinamizar la economía local de forma exponencial y desde un punto de vista turístico es un elemento atractivo de primer orden, únicamente comparable, desde mi punto de vista, al Misteri. Por ello, se me escapa y no comparto la idea que algunos políticos locales tienen de no participar activamente esta semana, teniendo un papel únicamente protocolario y secundario, aludiendo a motivos ideológicos por ser la Semana Santa una manifestación religiosa y, en cambio, viven, asisten y participan activamente en las representaciones del Misteri, como si estas no fueran religiosas. Como digo, la Semana Santa de Elche trasciende al ámbito tradicional, cultural y social de la ciudad. Son miles los ilicitanos e ilicitanas que participan y son cientos de miles los ilicitanos e ilicitanas, cada uno con sus preferencias ideológicas diversas, que están en la calle arropando a nuestra Semana Santa, por lo que considero que comete un error el político que se ausenta, porque, no se equivoquen, la Semana Santa la hacemos el pueblo y la obligación de los políticos es estar siempre presente y con el pueblo al que representan.
Esta ha sido una Semana Santa vivida y sentida con devoción popular, multitudinaria, llena de momentos entrañables, de matices especiales y de sentimientos, que empieza a tener una proyección más allá de las fronteras locales y que, de suyo, tiene asegurado un futuro prometedor.
Por eso, para vivirla hay que dejarse la piel, hay que recorrer calles, callejones y plazas, hay que estar a las cinco de la tarde y a las dos de la mañana, hay que ir a comprar pipas, a meterse en un bar y tomarse una cerveza, hay que pasear la palma y estrenar el vestido que te has comprado en Mango, hay que coger sitio en la Plaça de Baix para ver la Trencà del Guió, hay que colocarse en las Cuatro Esquinas para contemplar una revirá, hay que dejar que suene una saeta, escuchar un tambor, una marcha, ir al África a cenar, llenar la cartera de estampas o la bolsa de caramelos, hay que correr para tirar desde un balcón aleluyas, reservar para comer en algún lugar el Domingo de Ramos o de Aleluyas, planchar la vesta, comprar fogasetas o torrijas, ir a los oficios, visitar a tus padres en el cementerio a pesar de que están en el cielo, pedirle a Jesús y su Madre que te sigan ayudando para que tú puedas ayudar, recordar a tu perro que se ha ido con tus padres para hacerles compañía en el cielo, abrazar a tus amigos, idear cómo podemos mejorar lo que tenemos... Vamos, agotarnos en el empeño.
Por eso, cuando cae la última aleluya, la ciudad se va a descansar, a dormir y a esperar al Lunes de Mona, para reencontrarse con los amigos y la familia, y revivir los momentos de la Semana Santa que se fue e idear proyectos para la Semana Santa que vendrá. Mientras tanto, los camareros, los meteorólogos, las dependientas del Super Dumbo, los floristas, los vendedores de pipas, los cocineros y los vendedores de cupones de la ONCE descansan, la ciudad se cierra por descanso del personal y no hay noticias locales, que son de las que María me dice que escriba, pero hoy solo hay tranquilidad y un descanso más que merecido. Como dijo Haruki Murakami, «en esta vida, hay que tomarse un respiro de vez en cuando. Es bueno para la tiroides».
Mientras escribo estas palabras, oigo restañar las campanas, con un tañir que suena a un adiós, a una despedida, la del papa Francisco, que se ha ido a la casa del padre. Hoy el mundo está un poco peor de lo que estaba ayer, porque se ha ido un gran hombre bueno, humilde y cercano a los desheredados de la sociedad, que siempre tuvo palabras de aliento, de esperanza y de fe en Dios y en la humanidad. Por ello, sintamos en este momento de dolor la alegría de estar vivos y, como él les dijo a los jóvenes, «no dejen que les roben la alegría y la esperanza.» Y sobre todo: «No tengan miedo de soñar en grande». Descanse en paz el «loco de Dios».
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