Opinión | Tribuna
Una ocasión para el milagro
No cabe esperar más que gestos de duelo por una persona a la que, con sus aciertos y sus errores, unos admiraban porque la veían próxima a sus ideales, y otros detestaban solo porque no compartían sus opiniones. Así son las cosas

Una ocasión para el milagro.
Para aquellos que creen en los milagros e incluso apuestan por la futura santificación de Francisco, la coincidencia en Roma de todos los líderes mundiales y de sus adversarios internos y externos puede ser el momento ideal para que se dé una de esas conjunciones casi imposibles que permita arreglar el mundo. O dejarlo, al menos, un poco más apañado. Ese sí que, de producirse, sería un prodigio que elevaría al papa argentino directamente a los altares. De existir una vida más allá de la muerte sería un acontecimiento que a él le haría feliz. Y al resto de la humanidad, también. Imaginen que en los funerales del papa, los presentes, conmovidos por la muerte del pontífice, decidieran atender sus mensajes, a los que hasta ahora han hecho oídos sordos, y se replantearan sus rivalidades, sus odios, sus desmesuradas ambiciones, y atendieran esas peticiones de acoger con misericordia a los inmigrantes, de proteger el planeta, de no marginar a quienes no piensan, sienten o aman como ellos y que esa actitud les llevara a respetarse y a sellar el fin de las hostilidades. Sí, eso sería un milagro. Pero no sucederá.
Por mucho que compartan espacio en la plaza de San Pedro, por más que lo que les haya llevado allí sea un respeto auténtico por la figura pública de Francisco –lo que en algunos casos es muy dudoso–, aunque se abracen y se estrechen la mano con apariencia amistosa, aunque actúen así ante los ojos de millones de ciudadanos del mundo, las disputas seguirán vivas. Como están en estos últimos meses en que se han reactivado enfrentamientos que parecían superados desde que acabó la II Guerra Mundial o, al menos, desde el final de la Guerra Fría. No, no cabe esperar más que gestos de duelo por una persona a la que, con sus aciertos y sus errores, unos admiraban porque la veían próxima a sus ideales, y otros detestaban, solo porque no compartían sus opiniones. Así son las cosas. Ojalá hubiera un milagro. Pero no, no lo habrá. Perdonen el pesimismo.
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