Opinión | El indignado burgués

OTAN, de salida, sí

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), y el secretario general de la OTAN.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), y el secretario general de la OTAN. / A. Pérez Meca / Europa Press

Durante el Cuaternario, cuando para salir a la calle había que mirar a ambos lados por si te comía un dinosaurio, antes de que Felipe nos intentara convencer de que nos tragáramos una rueda de molino, el eslogan del PSOE era: «OTAN, de entrada, No». Luego lo cambió, seguramente forzado por la actitud de los socios que le exigían un cambio de cromos si quería entrar en la Comunidad Económica Europea. La integración en el mundo atlantista de las armas como compensación por entrar en la Europa económica. No digo que el cambalache no fuera inevitable, pero a muchos no nos gustó ni un poquito. A mí, que soy antimilitarista y un poco ácrata, menos.

De hecho, muchos juraron odio eterno al partido socialista y decidieron votar cualquier majadería antes que meter en la urna una papeleta con el puño y la rosa. Rompía el PSOE una larga tradición de no alinearse con un bloque, cuando existía la URSS y el amigo americano, y sobre todo de ser adalides de teorías pacifistas, con un gran arraigo entre sus simpatizantes. La OTAN fue el primer golpe de una realpolitik que chocaba de frente con cualquier postulado ideológico del socialismo moderno. En ese referéndum de adhesión, en el que la mayoría de los dirigentes socialistas se tragaron sapos como jamones y dejaron pelos como escarpias en la gatera, cambió el rumbo definitivamente. ¿Para mal o para bien? Depende, son opiniones, pero el pragmatismo puso a la ideología a caer de un burro. Y ya no se levantó cabeza, porque cuando cedes una vez, cedes ciento.

Ahora estamos otra vez en las mismas. La OTAN es Trump, no nos equivoquemos, y sus intereses son los de esa América nacionalista para la que la Unión Europea es un error y un horror. A ver, no es que quieran que nos armemos hasta los dientes para defendernos de los rusos o de los magrebíes, pretenden simplemente hacer negocio y que les compremos tanques, aviones y rifles de asalto como para una guerra mundial zombi. La pela es la pela y la industria armamentística de los USA ha puesto al frente del imperio a Trump no precisamente para pasar la mano por la pared.

Europa puede hacer tres cosas: someterse al lobby de las armas, proteger su propia industria o esperar que no pase nada y no tengamos que rechazar una invasión. Las alternativas son bastante antipáticas, pero tenemos que tener claro que los planes expansionistas rusos no van a parar en Ucrania y que cualquier día el islam nos puede amenazar por el sur, tratando de imponer de nuevo el califato de Córdoba, aunque tampoco nos fue tan mal.

La alternativa de seguir en la OTAN es, sin duda, la más cómoda: demos de comer a los patrocinadores de Trump y que nos defiendan de los rusos. Sería perfecto si alguien, alguna vez, se pudiera fiar del anaranjado presidente. Lo malo es que confiar en el gran dictador norteamericano no da garantías de que no te deje en la estacada si Putin, o quien sea, se pone gallito.

Los europeos creímos que no era necesario producir, porque ya lo hacían otros a un coste menor y cualquier cosa se podía comprar en el mercado. En la pandemia nos dimos cuenta de que carecíamos de productos imprescindibles, como geles o mascarillas, que fabricaban en China o donde fuera, y que nos vendían a precio de oro molido. Dejando, por otra parte, enormes beneficios a los ábalos, ayusos y demás parentelas, pero esa es otra historia.

En el ejército pasa lo mismo: las balas más baratas se fabrican en Israel y los carros de combate mejores en Wyoming, es un decir, me lo estoy inventando. Nosotros hacemos la guerra de Gila y no tenemos balas para todos, así que toca ahorrar y que el enemigo las comparta. Pero, claro, cuando a Sánchez le imponen que aumente el gasto militar de España, tiene todo el mundo que saber que las gallinas que entran por las que salen, y deberemos dedicar menos recursos a educación, sanidad o dependencia. Los euros que hay disponibles son los mismos; es la teoría de la manta corta: si nos tapamos los pies dejamos al descubierto el pecho y nos morimos de frío.

Modestamente pediría un nuevo referéndum de la OTAN y que todos se retrataran y pidieran el voto en uno u otro sentido. Y si sale que sí, que no vengan con estupideces de que el gasto militar no se puede aumentar, ni traten de tumbar al gobierno echándole tanquetas a la cara.

Mi eslogan esta vez sería «De salida, sí» y luego, dios dirá. Y deberíamos ponernos a fabricar munición como estajanovistas borrachos, no vaya a ser que el enemigo ataque. Aunque me temo que en una guerra moderna sobran granadas, tanques y metralletas: un par de bombas atómicas bien tiradas y el planeta estalla en confeti, con lo que, a lo mejor, nos deberíamos ahorrar un gasto inútil y seguir financiando sanidad, educación o dependencia. Vamos, digo yo.

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