Opinión | Tribuna
Pateando el globo
El hombre de la Casa Blanca va provocando temblores por doquier. Aún se desconoce la capacidad destructiva de esos terremotos pero sí se sabe que asustan y marean a todos los habitantes del planeta

Donald Trump en la Rosaleda de la Casa Blanca, en una imagen de archivo. / Shawn Thew / EFE
Define la RAE el terremoto como «una sacudida violenta de la corteza y manto terrestres, ocasionada por fuerzas que actúan en el interior de la Tierra». Y ahí estamos, aunque en esta ocasión el seísmo no lo provocan fuerzas desde el interior del planeta, sino que lo causa un hombre desde un despacho del 1.600 de la avenida de Pensilvania de Washington. Allí, ese hombre va dándole puntapiés al globo terráqueo y provocando temblores por doquier. Aún se desconoce la capacidad destructiva de esos terremotos, pero sí se sabe que asustan y marean a todos los habitantes del planeta, incluidos los pingüinos de las islas Heard y MacDonald. Hay quien dice que esa persona, que juguetea con el mundo desde un despacho con forma de huevo, tiene un plan, ojalá lo tenga, porque eso lo haría más previsible. Pero de momento parece comportarse de manera impulsiva e irreflexiva, como un niño al que le han regalado el mejor juguete del mundo. El mundo en sí mismo.
Hoy sube los aranceles a todos los países del planeta, incluidos aquellos territorios sin habitantes humanos, y cuando los mercados entran en pánico, por supuesto también los de su país, pues los paraliza un ratito, hasta que le apetezca darle otra patada al balón. Ningún guionista de ficción distópica habría imaginado algo similar. Ni el propio Chaplin en El gran dictador. ¿A quién se le habría ocurrido la puesta en escena en la Rosaleda de la Casa Blanca con las pizarras del menú arancelario en la mano o los groseros comentarios contra quienes prefieren negociar antes de entrar en la guerra comercial o esos aires de matonismo con China? Sería cómico si no fuera tan grave. Pero aún queda alguna esperanza. Que se aburra del juguete y lo abandone en una esquina o, mejor aún, que quede alguien con poder político o financiero en los Estados Unidos que sea capaz de pararle los pies. O la ciudadanía, la propia y la mundial. El optimismo es un acto de la voluntad y conviene conservar ambas cosas, optimismo y voluntad, para frenar a los que amenazan la democracia y las conquistas sociales y civiles.
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