Opinión | En la barra del Café Época
Échale la culpa al cha-cha-cha

Las nuevas sillas que ya se han puesto en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Elche. | ÁXEL ÁLVAREZ
Dijo en su día Concepción Arenal que, «cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie» y, joder, cuánta razón tenía. Esta aseveración la hemos asumido en primera persona para afrontar filosóficamente muchas apreciaciones, comportamientos y actuaciones personales y sociales, intentando con ello huir como alma que lleva el diablo, lo más lejos posible del fracaso, y en caso de no poder conseguirlo, que la culpa del mismo no sea imputable a nosotros, sino atribuible a cualquiera, aunque sea el vecino del cuarto o el que pasaba por allí paseando al perro, da igual, lo importante siempre es no fracasar, tener éxito y, si no lo consigues, que no sea porque no lo has intentado. Porque no has puesto todo tu empeño, porque no tienes suficientes cualidades o habilidades para conseguirlo o simplemente suerte, que sea porque los astros no se han alineado adecuadamente tal y como desgraciadamente, presagiaba el horóscopo de la revista Super Pop.
En sociedades tan competitivas como la nuestra, se nos ha hecho creer de forma tendenciosa que todos somos capaces de alcanzar el éxito, pero nadie se detiene a pensar en las muchas posibilidades de «caer» en el fracaso. Basta echar una ojeada a las redes sociales, plagadas de seres humanos tan sonrientes, fotografiándose en el jardín de un casoplón, bañándose en una playa de aguas cristalinas, viajando por países exóticos, degustando manjares culinarios, disfrutando de atardeceres en Ibiza, supuestamente felices y plenos, ¡vamos, como para no estarlo!, para darnos cuenta que la palabra «perdedor» es un estigma. Por eso nadie cuelga en sus redes sociales fotografías que recogen sus quehaceres cotidianos muy alejados del glamour que se le entiende aparejado al éxito, fotografías donde uno aparece sudoroso y deslomado escarmondando limoneros, en el andamio, reponiendo en el súper, dejándose los ojos ante el ordenador en la oficina, bebiendo agua empinándose el botijo, paseando por las calles de Alcafrán en una escapada de fin de semana porque no te da para más o comiéndose un plato de lentejas o un bocadillo de morcilla de cebolla. El término o concepto de fracaso, como nos pasa a nosotros ahora, no le interesó ni lo más mínimo a los filósofos clásicos que eran muy cucos, ya que ni Platón, ni Descartes, ni Kant lo analizaron. En cambio, el mundo empresarial de la actualidad sí ha encontrado en el fracaso una fuente de conocimiento: el fracaso como aprendizaje del éxito. No obstante, esta teoría tiene un tocado y no es muy convincente, toda vez que suelen decirla personas como Henry Ford y otros después de haber conseguido el éxito, no te la dice el boxeador que perdió el combate donde se jugaba el campeonato del mundo, ni el seleccionador de Holanda tras perder la final del mundial de fútbol, ni el que ha suspendido un examen, ni al que han despedido de su trabajo, ni el político que ha sido despojado del poder por haber perdido unas elecciones. ¿Qué me estás contando de aprendizaje? Si te gusta, para ti, brother.
En la vida cotidiana, tenemos muchas pruebas de cuanto decimos. Basta dar un repaso a la actualidad más reciente, comenzando con el festival de Eurovisión, donde Melody ha quedado en el puesto 24 de 26 participantes, lo que no es un fracaso, ya que esta situación la han vivido con anterioridad la mayoría de los cantantes españoles que han ido al festival, pero tampoco podemos catalogarla como un éxito en sí mismo y, en vez de asumir simplemente que puede ser que la canción que defendió la artista no haya sido del gusto o tendencia musical del jurado profesional y de la peña del televoto, es preferible echarle la culpa a Pedro Sánchez y a la posición política del Gobierno de España frente a Israel, que parece que en vez de tratarse de un festival musical hemos participado en una sesión plenaria de la ONU.
Otro ejemplo en este sentido es la desgraciada derrota que ha sufrido el Elche en Huesca este pasado fin de semana, que nos ha complicado la vida, que, oyendo las excusas y argumentos de unos y otros, uno se hace un lío impresionante, que si el Huesca se jugaba la última carta para la clasificación al «play-off» y jugaron a tope, que si el árbitro, que si la expulsión, que si el viento soplaba de poniente, que si hacía fresquito, que uno se pregunta: ¿Y no nos jugábamos nosotros el subir directamente a Primera División? ¿No era este motivo más que suficiente para motivar hasta el que lleva el agua para ganar el partido y morir en el campo si fuera necesario? Yo creo que sería más fácil y conveniente repetir la maravillosa frase del filósofo del fútbol Bundio: «en el fútbol a veces se gana, a veces se pierde y en otras se empata», y a otra cosa mariposa. Yo, como aficionado y seguidor del Elche, espero que consigamos el ascenso a Primera División tan deseado, pero he de reconocer que estoy acojonado cuando veo todo el despliegue mediático que el Ayuntamiento y el club ya han dispuesto por las calles, en la fachada del Ayuntamiento, en los puentes y en los comercios de la ciudad, porque aún quedan dos jornadas, que el fútbol es un juego repleto de imponderables donde, además de jugar bien, el factor suerte es determinante, y tiempo habrá para celebraciones, teniendo presente siempre el refrán: «Más vale pájaro en mano que ciento volando», no vaya a haber algún gafe y nos fastidie el ascenso.
Otra de las circunstancias actuales relativas al éxito y al fracaso la podemos referir a la sustitución de los bancos del Salón de Plenos del Ayuntamiento por sillas modelo imperio, tan criticadas por la oposición por tratarse, según su opinión, de un gasto suntuoso, ornamental y no necesario, vamos, como los cambios de farolas, las plataformas únicas, los gastos en flores, los ágapes municipales, entre otras actuaciones llevadas a cabo por este Gobierno municipal.
A mí, personalmente, he de reconocer que no me gusta el cambio, considero que los bancos de madera dotaban al Salón de Plenos de solemnidad, belleza e historia, aportaban una sensación de respeto e intemporalidad al lugar y su presencia propiciaba la conservación en ese espacio de una atmósfera especial que honraba su dilatada historia. Ahora, con las sillas doradas modelo imperio, parece que sea un salón de bodas, como el del restaurante Los Almendros o el de Los Gorriones, dispuesto para que todo el personal con la servilleta en alto pidan que baile la pelusa el alcalde o el portavoz del PSOE, Héctor Díez, y si estos se niegan, por timidez, vergüenza o vaya usted a saber, seguro que lo puede bailar el concejal Claudio Guilabert, que es omnipresente, como la Coca-Cola: costalero y capataz en Semana Santa, Cantó en la Venida de la Virgen, comparsista en las fiestas de Moros y Cristianos, hacedor de las plataformas únicas, de los carriles bici y azote de la oposición.
El éxito o el fracaso de esta iniciativa vendrá determinado por la opinión de la ciudadanía, que es la soberana y la que en su día tendrá que valorar este tipo de inversiones tan sui generis, que no son gratuitas y que evidentemente difícilmente son encajables en la persecución del interés público y del buen gusto.
Si la iniciativa no prospera, que no se preocupen los que gobiernan, podrán excusarse en el mal gusto de la peña que no sabe reconocer el valor artístico, del rococó o en los cambios de tendencia en la moda del interiorismo en los salones institucionales, y si esto fallara, siempre podrán echarle la culpa a Pedro Sánchez.
Como decía Winston Churchill: «El éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo».
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