Opinión | Las trébedes
Somos europeos

Somos europeos. / EP
Cuando en el año 1986 España, por fin, entró en la Unión Europea (entonces CEE) se extendieron entre los españoles emociones diversas. En algunos la desconfianza (hay personas que desconfían siempre, como si tuvieran un gen inevitable), pero predominaron la ilusión, la alegría, la confianza y el optimismo. La jovial expresión «¡ya somos europeos!» era ampliamente compartida. Esto probaría que Europa no es solo un lugar, sino un sentir, una idea o, como más propiamente decimos ahora, unos valores. ¿Estábamos equivocados entonces y Europa no nos beneficia? En absoluto. La UE nos ha permitido, con sus ayudas económicas, obtenidas de los impuestos de ciudadanos y empresas de los países más ricos, lograr un bienestar cotidiano que olvidamos con demasiada facilidad.
La tan denostada PAC (Política Agraria Común) es imprescindible para nuestro sector primario y son muchísimas las explotaciones agrícolas y ganaderas que no podrían subsistir sin estas ayudas (incluidas ganaderías de bravo). Estaría bien explicárselo a todos esos agricultores y ganaderos que votan a partidos que reniegan de la UE.
La extensión de la educación obligatoria y la escolarización universal hasta los 16 años obligó a la creación de muchos institutos de secundaria repartidos por toda España. En bastantes concertados y en todos los públicos puede leerse el cartel que indica «enseñanzas cofinanciadas con fondos de la UE», aunque son demasiado pocos los que lo leen. Estaría bien explicárselo a todos esos padres y madres que abominan de los centros públicos y contribuyen así a su degradación y a alimentar el conflicto social al evitar la convivencia de los diferentes, tan desasnadora y favorecedora de la paz social. En el medio rural, los padres saben que sus hijos han accedido a la Educación Secundaria y superior gracias a los fondos públicos, si no de qué iban ellos a poder mandarlos a la capital a estudiar.
Sin las becas Erasmus miles de jóvenes de todos los países de la Unión no habrían podido vivir la experiencia increíblemente enriquecedora y abridora de mentes que supone estudiar un curso universitario en otro país, compartiendo ideas, fundando amistades, mejorando su capacidad de expresión en distintas lenguas, aprendiendo a respetar y apreciar las culturas diferentes. Estaría bien explicárselo a todo el mundo, en particular a esos otros jóvenes que nunca han pisado una mierda de perro porque sus impolutas suelas solo han tocado las alfombras de las universidades y escuelas privadas, tan elitistas como contrarias a la cohesión social, futuros dirigentes de grandes empresas que se benefician de trabajadores tan cualificados como los resultantes de las Erasmus.
Sin el dinero llegado de la UE, es decir, de los impuestos de nuestros conciudadanos europeos, no tendríamos en España la red de autovías que de tan amplia da casi hasta vergüenza. Estaría bien explicárselo a todos, por ejemplo a los propietarios y usuarios de casas rurales a las que vale la pena llegar para un fin de semana porque el viaje se ha acortado.
Europa, pues, es mucho más que una geografía física y mucho menos que una enemiga de nuestra prosperidad y bienestar. Es una identidad y un espacio de garantías legales, de bienestar social (sanidad, educación, pensiones, subvenciones, infraestructuras, etcétera), de democracia y libertades. Nada de esto funciona a la perfección, desde luego. Los partidos políticos, al menos los españoles, han hecho mucho por el desprestigio de Europa, desde usar el Parlamento Europeo como premio por servicios prestados (“cementerio de elefantes” es la expresión popular) en lugar de promover para esas listas a personas cualificadas y comprometidas con la Unión, hasta achacar a la UE los aparentes inconvenientes de la trasposición de algunas normas. Y han hecho muy poco por su prestigio, al arrogarse como méritos propios las ventajas recibidas de la UE. La tesitura es hoy por hoy apostar por el refuerzo o el debilitamiento de la UE. Las instituciones que no se cuidan se desmoronan y los derechos que no se ejercen se pierden.
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