Opinión

El tío Juan

Fachada de "La Austriaca"

Fachada de "La Austriaca" / INFORMACIÓN

Aunque yo no lo conocí, Juan Santamaría, el tío Juan, fue una persona trascendental en la historia familiar. Mi abuela paterna, Mercedes Antón Santamaría, era su sobrina y siempre se refería a él con cariño y respeto. Mi abuela Mercedes era de Santa Pola, al igual que mi abuelo paterno, Juan Giner Sempere, que murió meses antes de nacer mi padre, que fue, por lo tanto, hijo póstumo. Por eso el tío Juan, santapolero afincado en Alicante como su sobrina Mercedes, ha sido protagonista importante no solo de la familia, sino también de esta ciudad. Porque Juan Santamaría —está publicado en INFORMACIÓN— había fundado en 1914 «La Austriaca», famosa fábrica de bebidas carbónicas (gaseosas y sifones), ubicada al final de La Rambla. Entonces, al arranque de la I Guerra Mundial, se llamó “La Austriaca” porque los primeros sifones que tuvo eran de procedencia austriaca. Después, en 1917, sin haber terminado la conflagración, se trasladó al número 39, como fábrica también de jarabes, licores y aguardientes. 

Juan Santamaría estaba casado con Isabel Martínez Raimundo, de Relléu, a quien tanto quise siendo un niño y ella ya superaba los 90 años. Entonces yo vivía con mis padres y mi hermana Mercedes en el piso 2º izquierda de La Rambla, 39, y la tía Isabel residía en el 1º derecha, pasando en aquella casa, la casa que había sido del tío Juan, momentos muy felices e inolvidables, disfrutando de su cariño y de los entretenidos cuentos que narraba. Y todavía recuerdo que, como era un niño, me asombraba al comparar las fotos de su radiante juventud y su espléndida madurez con la figura de aquella frágil viejecita a la que tanto quería. Con ella vivía un sobrino que la cuidaba, el tío Pepico, José Seguí Martínez, que era viudo. El tío Pepico fue una persona muy importante de mi infancia, ya que cuando todavía yo no sabía leer, él me leía interesantes novelas y puedo decir que fui aprendiendo a leer con él. Falleció en 1972 a los 89 años. 

Puesto que ni Juan Santamaría ni Isabel Martínez tuvieron descendencia directa, «La Austriaca» la heredaron sus sobrinos segundos, los hijos de mi abuela Mercedes, Manuel y Juan Giner Antón, mi tío y mi padre, que, como homenaje a su tío Juan, siempre conservaron el nombre de Santamaría en la razón social, pasando a ser “Santamaría y Compañía, Sociedad, Regular Colectiva”.

En «La Austriaca» durante la época veraniega la clientela hacía cola para comprar el agua de Seltz, las gaseosas frías y los jarabes de limón, fresa o zarzaparrilla, para preparar refrescos. Y en el tiempo prenavideño se aglomeraba la clientela para comprar los licores de todo tipo que allí se fabricaban y se vendían tanto a granel como embotellados, con nombres tan curiosos como el licor «Cualquier Cosa», para servirlo a quienes les preguntas: «¿Qué quieres?» y te responden: «Cualquier cosa».

«La Austriaca» era lugar también de reunión y de tertulias, con personajes peculiares de Alicante que pasaban por allí para comentar historias de la “terreta”, como Antonio Flores –director de la Banda Cómico Musical “Los Claveles” –, Ángel Más –barbero y actor cómico valenciano–, al igual que Paco Hernández, cuya compañía de sainetes valencianos triunfaba en los escenarios. Eran historias a veces inventadas pero que, difundidas desde allí, se convertían en verídicas, como se pudo comprobar más de una vez, pues después alguien llegaba a “La Austriaca” para contar como interesante novedad la noticia que allí antes se había fabulado.

¡Cuántos recuerdos se acumulan de aquellos años infantiles! Años de pasar el verano en Santa Pola, la tierra del tío Juan y de mi abuela Mercedes, que entonces era una tranquila localidad marinera, de mujeres haciendo “xàrcia” a las puertas de las casas de planta baja, que nunca se cerraban. Fechas septembrinas en las que bañarse en la playa de Santa Pola era una delicia. Días de celebrar a la patrona, la Virgen de Loreto, con fiestas que consistían en torear vaquillas dentro del recinto del Castillo, mientras la gente veíamos el espectáculo en lo alto de las murallas. Además, el día 8 la Misa en la capilla de la Virgen, la procesión y el castillo de fuegos…

Y recuerdo también lo mucho que nos entretenía entonces a mi hermana y a mí ver en un cine NIC peliculitas de dibujos animados, que incluso tenían banda sonora, consistentes en unos discos que se oían sincronizándolos con las películas, ya que cuando la televisión era inimaginable, estas distracciones eran muy atractivas, al igual que escuchar en la radio al humorista argentino Pepe Iglesias “El Zorro”; y los sábados “Cabalgata fin de semana”, el programa que más fama tenía, presentado por el chileno Bobby Deglané, que consiguió con su nuevo estilo revolucionar las maneras de hacer radio y reunir a toda la familia en agradables tertulias vespertinas, que continuarían cuando, en 1958, se ocupó del programa José Luis Pécker, pues a pesar del cambio su “Cabalgata” siguió disfrutando de una envidiable audiencia.

Pero, sobre todo, nunca olvidaré pasar las veladas invernales con la tía Isabel y el tío Pepico, en la salita de estar calentada por el brasero de picón perfumado con pieles secas de naranja, que hoy parecerá algo inconcebible, aunque para unos niños de aquellos años pretéritos podía ser “lo mejor”, hasta el punto de preferir estar allí en vez de ir al cine. Pues los cuentos que escuchábamos, los libros que nos leían, la ternura que allí había eran algo que ahora no se podría explicar, porque es una época muy diferente.  

Hoy conservo en el domicilio donde vivo desde 1977 cuadros de mérito y recuerdos de aquella casa, que ojalá mis sobrinos sepan valorar como pertenecientes a Juan Santamaría: el tío Juan.

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