Opinión

La discapacidad no es pecado. Lo imperdonable es decirlo desde un púlpito

El obispo Reig Pla.

El obispo Reig Pla.

Las declaraciones del obispo emérito Reig Pla, asociando la discapacidad con el pecado y con un supuesto “desorden de la naturaleza”, no pueden pasar ni inadvertidas ni impunes. Son palabras que duelen, que hieren y que alimentan siglos de estigmatización injusta hacia miles de personas y familias.

La discapacidad no es ni un castigo divino, ni un error de la naturaleza. Es una condición de la diversidad humana que merece apoyo, inclusión y dignidad, no sermones culpabilizadores ni discursos excluyentes desde ninguna institución, y mucho menos desde la Iglesia.

La sociedad ha avanzado, y lo ha hecho gracias al esfuerzo incansable de personas con discapacidad, de sus familias, de profesionales, y de un movimiento social que ha conquistado derechos fundamentales. Estas conquistas no pueden ser cuestionadas por visiones doctrinales que deshumanizan y que contradicen valores esenciales de respeto y equidad.

El daño que producen estas declaraciones es profundo y real. No se trata solo de una opinión desafortunada, sino de un discurso retrógrado que justifica la discriminación y mina la convivencia. No puede haber espacio para ellas en ninguna institución que quiera seguir siendo relevante en el siglo XXI.

Por respeto a la fe de millones de personas católicas que creen en el amor, la justicia y el valor de cada vida, la jerarquía eclesiástica debe actuar. Callar ante estas palabras es asumirlas. Reprobarlas no es un ataque a la Iglesia, es un acto de dignidad y de coherencia ética.

Las personas con discapacidad no necesitan compasión mal entendida. Necesitan derechos, igualdad, oportunidades reales y una sociedad que las valore sin condiciones. Y también necesitan –necesitamos todos– que quienes lanzan mensajes de odio desde posiciones predominantes, sean apartados con claridad.

Porque lo verdaderamente desordenado no es nacer con una discapacidad. Lo desordenado es seguir justificando el desprecio desde el púlpito.

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