Opinión | El teleadicto

La familia, unida

Belén Esteban en 'La familia de la tele'

Belén Esteban en 'La familia de la tele' / RTVE

Estuvo bien la catarsis de La familia de la tele. Alguien pudo pensar que estaba preparada. No se puede pautar la vida misma. Y este tipo de televisión en directo tiene (si es que tiene algún encanto) la virtud de no engañar. A mí me sorprendió «atinar» con el día de la catarsis, que pude seguir en vivo por pura casualidad. Es el día de la semana que elegí para ver el programa con tal de hacer los deberes y contarles qué me había parecido.

En esas que María Patiño, con la cara un tanto desencajada y llorosa, se confesaba con Belén Esteban. Las cosas no estaban saliendo como se esperaban, pero pese a todo la primera animaba a la segunda a que no abandonara el barco. Algo que acababa de anunciar públicamente, por mostrarse incómoda en un formato donde no se reconocía.

«No quiero que me convenzas. Mi madre vive en Benidorm, quiero despertar con ella, quiero estar más pendiente de mi marido, quiero… Mi hija vive lejos, quiero verla de vez en cuando. Quiero un poco preocuparme de mí. En este programa no me reconoce nadie. Me lo dice mucha gente, mi marido me lo dice», seguía. Belén ha seguido insistiendo en que «ya es hora» de marcharse porque notaba que estaba «amargada aquí, quiero ser la que era».

La conversación no forma parte de ninguno de los culebrones de la sobremesa, que por cierto salen más caros al erario público. Con eso no estoy defendiendo al formato de telerrealidad contra la ficción. Sólo advirtiendo que el público soberano será al final quien tenga la palabra. La familia de la tele no podrá seguir si no tiene fieles que la secunden. Es así de sencillo. En un país donde Supervivientes lidera el ránking televisivo todos los días cualquier cosa es posible.

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