Opinión | Tribuna
Cuando las puertas se cierran, ¿qué queda de nosotros?

Oficina de Asilo y Refugio del Ministerio del Interior. / Juan Carlos Hidalgo / EFE
«Las guerras continuarán existiendo mientras el color de la piel sea más importante que el de los ojos» (Autor desconocido).
En un mundo marcado por crisis, guerras, desplazamientos y persecuciones, el derecho al asilo representa mucho más que una figura legal. Es un reflejo directo de los valores que decimos defender: la dignidad humana, la justicia, la solidaridad. Cuestionarlo, limitarlo o vulnerarlo no solo pone en riesgo a quienes hoy necesitan ejercerlo. Nos pone en riesgo a todos.
Porque cuando una sociedad empieza a decidir quién merece vivir con dignidad y quién no; cuándo ayudar y cuándo cerrar las puertas; a quién mirar a los ojos y a quién ignorar... algo esencial se rompe. Algo que nos concierne a todos, más allá de fronteras, orígenes o pasaportes.
El derecho al asilo no es un privilegio, ni un gesto de generosidad. Es una obligación legal y, más aún, un imperativo moral. Proteger a quienes huyen del horror (por su religión, su orientación política, su raza o su pertenencia a un grupo social) no debería ser materia de debate, sino un compromiso compartido. Y, sin embargo, asistimos a un preocupante retroceso.
Hoy, más de 43 millones de personas son refugiadas. Una de cada 67 personas en el mundo se ha visto obligada a abandonar su hogar. A pesar de estas cifras desgarradoras, los gobiernos están adoptando políticas cada vez más restrictivas, que convierten la protección en un obstáculo y el refugio en una carrera de fondo imposible de completar. El reciente Pacto Europeo de Migración y Asilo es una muestra alarmante de esta tendencia: externalización de fronteras, procedimientos acelerados sin garantías, detenciones automáticas, retorno forzoso y una lógica de exclusión que atenta contra los principios básicos del derecho internacional.
Una de cada 67 personas en el mundo se ha visto obligada a abandonar su hogar
Pero más allá de las leyes, hay una verdad profunda: el respeto a los derechos humanos se construye desde abajo, desde la ciudadanía. Y ahí es donde cada uno de nosotros puede y debe hacer algo.
Defender el derecho al asilo es defendernos mutuamente. Es reconocer que, en cualquier momento, en cualquier parte del mundo, cualquiera de nosotros podría verse en la misma situación. No es una cuestión de caridad, sino de justicia. No se trata de «ellos», se trata de «nosotros».
El Día Mundial del Refugiado es un día internacional designado por las Naciones Unidas para honrar a las personas refugiadas y desplazadas alrededor del mundo. Se conmemora el 20 de junio de cada año para enaltecer la fuerza y el coraje de las personas que han sido forzadas a abandonar su hogar para escapar de conflictos o persecuciones.
El Día Mundial del Refugiado es una ocasión para fomentar la comprensión y la empatía hacia las personas refugiadas y desplazadas en consideración de las difíciles circunstancias en las que se encuentran; asimismo, la fecha permite reconocer su capacidad de resiliencia en la reconstrucción de sus vidas.
Cada año, y como no podría ser de otra manera, en el Día Mundial del Refugiado, la Fundación Elche Acoge nos invita a recordar que la protección internacional no es solo un ideal. Es una responsabilidad colectiva. Y también es una promesa: la de construir una sociedad más justa, más igualitaria y humana.
Hoy más que nunca, está en nuestras manos no dejar caer este derecho. Desde las leyes, desde las calles, desde nuestras conversaciones y desde nuestra empatía cotidiana. No miremos hacia otro lado.
Porque aquellos que cruzan el mar cambian de cielo, pero no de alma.
Caminamos bajo el mismo sol, miramos las mismas estrellas.
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