Opinión | Tribuna
Unicornio

Unicornio
El que escribe y firma les ha contado en alguna ocasión lo gratificante que es nada más despuntar el día dedicar unas horas al ejercicio o dirigirse a su lugar de trabajo. A veces el aturdimiento resultado de una mala noche acunado por el indecente calor hace que uno deambule como ido, atolondrado.
Llegan voces de alguna calle cercana. Por una esquina asoma... asoma un «unicornio». Por unos segundos tuve la certeza de ver a esa criatura mitológica inspiradora de historias fantásticas y mágicas y que representa la pureza y el poder, ser esquivo e indómito. Estaba en otro mundo, en un ensueño, sí, pero enseguida tuve conciencia de que no se trataba de ningún espejismo: era algo tristemente habitual.
Fijo la vista. No, no es un unicornio: es una mujer encabezando un grupo ataviado con disfraces de acentuada sugerencia sexual (es encomiable el esfuerzo que algunos hacen por economizar en vestuario). No era un alicornio lo que sobresalía, sino una diadema rematada con un exagerado y protuberante pene sobresaliendo de su frontal.
Ebrias y carentes de toda dignidad, esas divas alegres lanzaban cánticos y gritaban groserías gesticulando libidinosamente, con tres o cuatro acompañantes masculinos amedrentando a los que por allí pasaban, condicionando a los vecinos. Observo estupefacto que la capacidad de discernimiento en esa gente es, cuanto menos, cuestionable. Reconozco que, tal vez, tengo opiniones erradas o peregrinas sobre este tipo de movidas. No obstante, ante las imágenes carentes de tacto y gracia les llamo la atención cuando ya no pude soportar tanta zafiedad y modos desquiciados: enseguida me arrepentí del exabrupto empleado para ello. Soy de los que está completamente convencido del poder de la palabra para atemperar situaciones e inducir, al menos, a la normalidad; con certeza resultó un tanto problemático pues se llegó a situaciones de una estulticia y estupidez tal que, además de no aportar nada positivo, condujo a situaciones de conflicto llegándose a actitudes y demostraciones excrementales.
Ese tipo de juergas, llamadas despedidas cuya finalidad durante unas horas o un fin de semana entero es evadirse de algún tipo de represión, son eventos sociales que marcan el final de la soltería y la entrada a la vida matrimonial y celebran la amistad y se recrean recuerdos antes de la boda, enfocándose en actividades divertidas y «memorables»... que han evolucionado en actos más sofisticados y, en no pocas ocasiones, cutres. Una especie de ceremonia social como homenaje al fin de un estatus para ingresar en un compromiso determinante que con buena voluntad no debería crear problema alguno pero es usada tangencialmente para desatar, en muchos casos, los más bajos instintos.
Verdad es que se opta por opciones más personalizadas, pero predominan las que enfatizan la embriaguez y el desaforado libertinaje. Es posible que por tradición se hagan este tipo de saraos porque en realidad sienten despedirse de ese tipo de vida. Si es así, tal vez no desean de verdad casarse.
En estos tiempos de prebodas, que prácticamente dura todo el verano, las hordas se hacen notar deambulando por la zona con alta densidad de bares y restaurantes. Ciertos municipios pretenden implantar ordenanzas para regular tales despedidas de soltería, sancionando comportamientos escandalosos que perturban la tranquilidad pública; controlar las actuaciones e indumentarias que se puedan considerar ilegales, con restricciones independientemente de la hora del día. Sería interesante desarrollar actividades tendentes a dispersar y, sobre todo, hacer menos visibles estos comportamientos.
Si en definitiva se trata de acompañar y despedir la soltería de una amiga o amigo, al resto del mundo qué le importa.
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