Opinión | La pluma y el diván
Politiqueros

El patriarca de Nueva Rumasa, José María Ruiz Mateos, en 2015. / Manuel H. de León / EFE
Puede ser que en este país no podamos presumir de riquezas, ni de disciplina laboral, ni de organizados o madrugadores, pero desde luego sí que tendríamos que alardear de ser pacientes y tolerantes. Por mucho que nos toreen, nos engañen y nos timen, nos quedamos impertérritos y pensamos que todo lo hacen por nuestro bien.
En los últimos cincuenta años hemos acaparado tantos y tan variopintos panoramas políticos que seríamos incapaces de recordarlos todos, unas veces porque nuestra memoria comienza a fallar, otras por pura incompetencia y, las más, porque mejor es olvidar que recrearse en la inmundicia.
Conseguimos salir de muchos años de totalitarismo exacerbado, mediante esfuerzos continuos y dolorosos, luchas intestinas y desgarros personales, para desembocar en lo que hemos conseguido llamar con la boca llena democracia.
Posiblemente seamos culpables, una vez más, de la desidia que se está generando alrededor de todo el entramado social de un pueblo. Un buen gobierno es pan para hoy y jamón ibérico para mañana, pero aquí su contrario no significa hambre para hoy y muerte para mañana, se traduce en un insoportable e incontrolable estado de incertidumbre que daña las estructuras más cimentadas de cualquier sistema social.
Si tiramos de hemeroteca, como tanto les gusta decir a algunos baladrones, el panorama de corrupción, escándalos y despropósitos no tiene parangón. En pocas líneas es imposible abarcar todos los casos acaecidos en esta democracia, pero entre los más representativos estarían el caso Flick y el caso Fidecaya; acto seguido y unos pocos años después, un 23F –no el golpista sino otro- se expropió el holding de Rumasa por Decreto-Ley. A este escándalo le siguen el caso KIO, el caso Roldán, el caso Cesid, la Operación Menguele, el caso Guerra, el caso Urralburu, el caso Ibercorp, el caso Filesa, la estafa filatélica de Afinsa y Forum Filatélico, el caso Gescartera, los Eres, el caso Gürtel y los más actuales, el caso Koldo y derivados.
A esta larga lista de escándalos habría que sumarle la ristra apabullante de ministros que, por motivos relacionados con alguno de estos casos u otros, se vieron obligados a dimitir, cosa por otra parte que en este país nuestro es de lo más insólito, aunque después la mayoría de ellos se mantenga en puestos de responsabilidad política, cómodamente asentados en escaños parlamentarios, en el Senado o en política interna de los propios partidos, sin contar las puertas giratorias que siguen girando.
Tenemos que hacer un gran esfuerzo por enderezar tanto entuerto político, porque al fin y al cabo depende de cada uno de nosotros conseguir eliminar las majaderías, necedades e insensateces de los politiqueros con la fuerza de nuestros votos, en el caso de que nos sigan dejando votar.
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