Opinión | MIEL LIMÓN & VINAGRE
Albert Soler
Humor judío es esto y no lo de Netanyahu

El director de cine, actor y escritor, Woody Allen. / REDACCIÓN
Un tipo al que, de reencarnarse, le gustaría hacerlo en las yemas de los dedos de Warren Beatty —y no porque éste tocase precisamente el piano—, sabe cuáles son las cosas importantes de la vida, por eso extraña que se haya comprado una casa en Barcelona. A lo mejor es que, como buen judío, le gusta el riesgo y el sufrimiento. En ese caso su elección no podía ser más acertada, en pocos lugares como en Barcelona deberá andar con más cuidado al pisar la calle, especialmente si luce en la muñeca un reloj valioso. Con suerte, perderá el reloj, con la mala pata que suelen tener sus personajes, perderá también el brazo.
Me he referido a sus personajes, aunque nadie sabe si existen. Uno ve a Woody Allen en una película y es siempre Woody Alen. De él se podría decir lo mismo que de Bogart: que siempre se interpreta a sí mismo. A su vez, él podría responder lo mismo que Bogey cuando le criticaron por eso: «Tal vez sí, pero soy el que mejor lo hace». Nadie encarna mejor a Woody Allen que Woody Allen, así que no sabemos si interpreta o en realidad él mismo es un judío hipocondríaco, inseguro, no creyente, tímido, y un salido y patoso con las mujeres. Su biografía parece confirmar que sí: lo de casarse con una hija adoptiva de origen coreano, más todos los problemas legales y sociales subsiguientes, merecería formar parte de uno sus guiones.
Tiempo al tiempo. Fue el propio Allen quien acuñó la frase «la comedia no es más que el resultado de drama más tiempo», así que no es descartable que más adelante lleve al cine una comedia sobre los episodios más dramáticos de su vida. El problema es el tiempo, el hombre tiene 89 años. Además, vivir en Barcelona es un factor de riesgo, con lo que sus esperanzas de vida son todavía menores. Si no tropieza con una pelea a machetazos —una vez hemos convenido que es un trasunto de sus personajes, va a terminar siendo él el apuñalado— le van a empujar a la vía del metro para sisarle la cartera. También es cierto que residir en España le proporciona argumentos para sus películas de humor. En su país natal tendrá a Donald Trump para esa función, pero aquí, además de a Pedro Sánchez y sus cartas a la ciudadanía, tiene a toda la familia de éste y a todos sus amiguetes. Alguien que rodó en su día Toma el dinero y corre, seguro que sabe apreciarlo. Un filón cinematográfico bien vale unas escasas esperanzas de vida en Barcelona.
Ser judío hoy en día es un engorro. De hecho, lo es cada día, ninguna otra religión hace recaer tantas culpas entre sus fieles, hasta alimentarse es complicado. Portnoy, el famoso personaje judío creado por el también judío Philip Roth, tenía tan arraigado el sentimiento de culpa que hasta los catorce años pensó que agravio era una palabra judía. Otro judío literario, Barney Panofsky, aseguraba que «Jehová fue el primer humorista judío, con Abraham de payaso serio, el primero de la infinidad de judíos mezquinos que ha habido». Los hechos parecen darle la razón, aunque esas cosas solo puede decirlas un judío.
El problema es que hoy, además, hagas lo que hagas, estés donde estés, si eres judío alguien va a preguntarte por lo que están haciendo tus hermanos de fe en Gaza, que poco tiene que ver con el célebre humor judío, a no ser que matar periodistas, sanitarios, mujeres y niños sea un nuevo estilo de comedia, y nosotros sin enterarnos. El bueno de Woody acaba de publicar su primera novela, ¿Qué pasa con Baum?, que nada tiene que ver con Gaza ni con Israel e, inmerso en plena promoción, no hay entrevista en la que el periodista no le solicite su opinión sobre el interminable conflicto del Próximo Oriente. De haber venido antes a vivir a España, ante ese tipo de preguntas podría responder, airado, que «yo he venido aquí a hablar de mi libro», emulando lo que hizo otro gafotas un día en TVE. De todas formas, el cineasta metido a novelista sale siempre por la tangente, tiene edad suficiente para saber que hay temas de los que más vale huir, más todavía si eres judío y norteamericano. Quizás opine cuando pase el tiempo y ya pueda tratarlo en clave de comedia, quien osó parodiar Guerra y Paz bien puede parodiar esa guerra sin paz, aunque deba esperar otros 150 años.
¿Qué pasa con Baum? trata sobre un escritor judío, lo que nos confirma que él es todos sus personajes. Siendo así, estamos ante uno de los hombres más optimistas de la historia, como nos demuestra en Manhattan, cuando una intelectual deprimida le suelta un rollo metafísico que él ni siquiera escucha, pensando en cómo llevársela a la cama.
-¿Qué haces esta noche?— le pregunta, cuando termina, al fin, de hablar.
-Suicidarme - responde ella
-¿Y mañana?
Eso es la definición de optimismo. Eso, y comprarse una casa en Barcelona.
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