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Opinión | Café filosófico

La moral del corrupto

Marlon Brando en El Padrino.

Marlon Brando en El Padrino. / INFORMACIÓN

Lo primero para entender el fenómeno de la corrupción es dejar de relacionarlo con un supuesto estado de relajación o debilidad moral. El «corrupto» es moralmente activo: se inspira en valores y actúa, además, con no poco valor o coraje ético, en cuanto se arriesga a perder su libertad y posición social por fidelidad a sus principios y objetivos. ¿Cabe una conducta formalmente más virtuosa que esa?

Los valores del «corrupto» no son tampoco los valores de una secta malévola que conspirara contra la sociedad, sino los valores transmitidos por prácticas sociales, por personajes que lideran el mundo y por gran parte de las representaciones, símbolos o imágenes que consumimos cada día. Son los valores del éxito entendido como acumulación de poder y riqueza; es el valor del bien privado (sea el propio, el de la familia, el del partido, el de la empresa) sobre el bien común; es el valor de la competencia y la lucha feroz frente a otros; es el valor de la astucia y el oportunismo sin escrúpulos como medios para conseguir lo que te propones… Que todos estos valores, exhibidos por líderes, empresarios o artistas que la gente admira, sean contrarios a los que declama la retórica política (la igualdad, el servicio a la sociedad, la cooperación, la honestidad, etc.) no es culpa de los «corruptos». Y que ellos se aprovechen de esta enorme hipocresía (para mejor lograr y legitimar sus objetivos) no es tampoco inmoral, sino algo plenamente consecuente con sus valores.

Una vez admitido que lo que llamamos «corrupción» política es un hecho moral, y suponiendo que realmente queramos erradicarla (no solo en los políticos, sino en el resto de la ciudadanía), lo único que cabría hacer es combatirla con una moral mejor. Ahora bien: ¿realmente la hay? ¿Son objetivamente mejores los ideales del humanismo ilustrado que los del mercado global? ¿Por qué deberíamos anteponer la cooperación a la competencia? ¿Es verdaderamente mejor ser honestos que ser astutos y mentir y actuar según convenga? ¿Por qué es preferible «servir a los demás» que «servirse de ellos»?

Leí hace poco a un filósofo defender que el problema de los «corruptos» era su incapacidad para entender el altruismo como un rasgo específicamente humano, y al que, por eso mismo, debemos reverencia moral. ¿Pero por qué no entender también al capitalismo o a la capacidad para engañar, explotar o dominar sistemáticamente a otros, como rasgos específicamente humanos y (por ello) moralmente admirables?... Desengáñense: no hay otro camino que el de ser honestos (al menos, con nosotros mismos) y buscar argumentos que demuestren que, pese a todo, es mejor no ser un corrupto que serlo. Hagan la prueba. No es en absoluto fácil.

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