Un hombre riñe con su esposa y se venga asesinando al hijo común, un niño inocente, de dos años de edad. Varios “tíos muy machotes” discuten con un muchacho y entre todos los matan a palos al grito de “¡Maricón!”. Otra pandilla se sienta a consumir en la terraza de un bar, después intentan largarse sin pagar, el dueño los persigue reclamando el pago de la cuenta y acaba en el hospital lleno de golpes y heridas. Los talibanes se hacen dueños de Afganistán, sembrando el terror y sojuzgando a las mujeres, ponen un plazo improrrogable hasta final de agosto para abandonar el país a los soldados y funcionarios occidentales, que intentan llevarse también a sus colaboradores locales, pero una facción islamista todavía más bestia que ellos pone dos bambas suicidas entre la multitud que intenta huir y mata a un considerable grupo de fugitivos, soldados americanos e incluso, se dice, algún talibán. En Colombia, bajo las mafias del narcotráfico, no se puede vivir. La Manga del Mar Menor se llena de peces muertos, envenenados por la agricultura industrial de tierra adentro. El Capitalismo está acabando con el clima y huracanes, inundaciones, sequías acaban con la vida plácida de los Homo Sapiens que han dado al dinero la categoría de deidad. ¿Adónde vamos? ¿Nos estamos suicidando? Mientras los clubes de futbol fichan a los virtuosos del balón por cientos de millones de euros. ¡Estamos locos!