Con el paso de los años, nos toca hacer nuestro balance vital, de cómo ha sido nuestra lucha por la vida, el recorrido es el mismo para todos, cada uno con mejor o peor fortuna. De niños nos toca aprender, pasado ese tiempo nos toca vivir nuestra vida. A los veinte años vivimos con nuestras ideas y pasiones, cargados de deseos y esperanzas. A los treinta, con las experiencias de lo vivido empezamos a sospechar que pocas ilusiones se harán realidad, habíamos querido lo que creíamos mejor y nos encontramos con la cruda realidad que nos impone la sociedad. A los cuarenta, pensamos en el haber como lo consigo y en haber cuánto tengo, para algunos es el momento de valer o triunfar y para ello es imprescindible tener el corazón duro, un buen estómago y una buena cuenta en el banco, para otros el adiós a las ilusiones. Después llega la lucha con nosotros mismos, la tristeza por nuestros errores, la amargura por lo que nos hemos dejado en el camino, la melancolía que nos suscitan los recuerdos felices, pero la verdad es que la edad es un bien imperativo del tiempo vivido. Que nos deja la vida como bienes más preciados, el amor, el dinero, el halago, la ética, o quizás la vida misma.