Me llamo Miguel. Soy el pequeño de cuatro hermanos y como ellos han hecho, estudio 4º de la ESO en un aula prefabricada del IES Tháder de Orihuela.

¿Me gusta? Pues, claro que no.

A ellos tampoco les gustó, ni a los de las promociones anteriores que tuvieron la misma mala suerte y que, al igual que nosotros, soportaron goteras en los días de lluvia y pasaron allí frío o calor, según la estación del año.

Una situación penosa a la que nadie pone fin, que contada así sin más suena a dejadez y a desinterés. Pero ¿por parte de quién?

Desde luego que no por parte de los padres de alumnos que han estudiado en este instituto durante más de veinte años. Y que nadie vaya a pensar que han estado de brazos cruzados: cartas al Defensor del Pueblo, entrevistas con concejal, alcalde, Conseller de Educación, familias enteras con pancartas en las calles, escritos en los medios de comunicación, ... y así curso tras curso.

Esta ha sido nuestra vida académica en Orihuela, de barracón en barracón. Mis hermanos ya están acabando en la universidad y el instituto sigue igual.

En realidad, está peor.

Sacaron un Plan para ampliar colegios e institutos en la Comunidad Valenciana. Después de cuatro años de pensarlo, por fin parecía que algo se ponía en marcha. Así que el curso pasado nos fuimos de vacaciones antes de tiempo porque por fin iban a empezar nuestras obras de ampliación y había que aprovechar el verano para adelantarlas.

Y ¿de qué ha servido? En septiembre paralizaron las obras. Ahora, además de seguir dando clase en las prefabricadas, nos hemos quedado sin patio y sin pabellón o zonas deportivas.

Estudiamos en un desastre de instalaciones que nos desmotivan y todo por el desinterés de nuestras autoridades. En sus manos ha estado siempre esa solución que no llega. Y es que parece que no sepan que velar por la calidad de la educación pública no es una opción, es su obligación.