Nuestro crecimiento como seres humanos incluye un periodo de tiempo, comprendido entre los 15 y los 24 años, caracterizado primordialmente por el impetuoso afán de descubrir cosas nuevas, conocido como la juventud. Se podría decir que sufrimos una clase de metamorfosis que hace de nosotros una nueva persona, cuyo objetivo se convierte en autoencontrarse. No obstante, ¿con cuántos obstáculos nos tropezamos en el camino? 

Entre muchos otros, quizás el más contundente sea el poder de los padres sobre nuestra libertad. Coetáneamente a esta influencia paternal determinante que experimentamos día a día, la curiosidad hace acto de presencia y con ello nos lleva a querer ir más allá de lo ordinario y habitual. Empezamos a conocer la ambición y al mismo tiempo a sentirnos cohibidos, pero especialmente cohibidas, y todo por unas autoridades que limitan nuestro emprendimiento. La extenuación se apropia cada vez más de nuestro cuerpo debido a la constante deshumanización que sufrimos y al deber de demostrar perseverantemente la validez e importancia de nuestro sentido crítico. La necesidad de esconder nuestros pensamientos por miedo al qué dirán o por miedo al rechazo, repercute considerablemente en las mentes más jóvenes.

Cabe mencionar que no renegamos de la existencia de unos límites, puesto que sí deben existir, ya sea en el código civil o establecidos por nuestra moralidad. Pero, ante todo, siempre debe prevalecer nuestro derecho a experimentar, a encontrarnos, a equivocarnos, a aprender de nuestras experiencias y, sobre todo, a trazar nuestra propia historia.